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El Kangchen ha puesto a cada cuál en su sitio, sin aspavientos, con toda la fría contundencia de la que sólo son capaces montañas como ésta. Porque el Kangchen es diferente a cualquier otra montaña del mundo. Eso es algo en lo que todos los alpinistas que aquí nos encontramos nos hemos puesto de acuerdo. Es implacable, fría, dura y sobre todo larga, muy larga.

He llegado al punto más alto alcanzado en el año 2007. El sol no hace mucho que acaricia levemente mi gélida fisonomía. Las horas de ascensión nocturna no han minado un ápice mis ganas de alcanzar esta preciada cumbre. Reconozco inmediatamente el lugar del vivac de hace dos años, y las escenas de despedida de Iñigo en ese mismo punto vienen a mi cabeza como un latigazo. Siento el grito de aliento de Iñigo que me invita a seguir. ¿Qué motivo si no me impulsa a soportar este sufrimiento? Dejo atrás ese lugar, que para mí ya es sagrado y entro en terreno desconocido.

La vía de la derecha no pierde inclinación respecto al corredor principal; es más, se acentúa, exigiendo un esfuerzo extra con el que no contaba. Tras una fuerte pendiente de nieve llegan las complicaciones serias del tramo que queda hasta la cumbre. Mucho tramo mixto que exige un buen equilibrio, tanto físico como mental. El frío sigue siendo intenso y la cumbre sigue ocultándose tras sucesivos resaltes que cuestan una eternidad superar. Esta es una cumbre para pacientes, está claro. Sólo el Yalung Kang parece apiadarse de mi esfuerzo y me deja ver mi progresión.

Supero la altitud del collado, 8.350 metros, y el Tíbet aparece ante mí, luminoso, con su fisonomía tan peculiar. La arista del Yalung se me muestra en toda su extensión, animándome en mi peculiar peregrinaje. Pero mis fuerzas están llegando al límite. No hay un ritmo de ascensión; simplemente doy un paso cuando mis agostados pulmones me lo permiten.

Hace tiempo que ya no presto atención al frío de mis pies; creo que lo peor ya ha pasado. Mi organismo responde perfectamente a cuantos chequeos le hago y esto me tranquiliza. Tras unas cuantas rocas, una pirámide de nieve me observa desde arriba. ¿Seré capaz de llegar hasta allí? Me hago esta pregunta incluso en voz alta.

Veo cómo lo alcanza Juanjo Garra y parte del grupo de Al Filo. Agacho la cabeza y continúo con mi sufrimiento, viendo en mi mente las caras de mis amigos, de mi familia apostando por mí, sintiendo orgullo de mí. Es una nueva inyección de oxígeno y alcanzo esa preciada pirámide de nieve. La bordeo por la derecha y una gran oquedad en una enorme roca me ofrece un singular lugar de descanso.

Aprovecho el lugar que me brinda el Kangchen y me siento a descansar. Siento en mi cerebro la hipoxia que me invita una y otra vez a quedarme dormido, esa trampa tan peligrosa que tiende la altitud a quien osa jugar con ella. Me mantengo despierto, alerta, consciente de lo que me juego.

Contemplo absorto la vertical belleza de la cara Norte del Yalung y aparece Koke Lasa respirando furioso cada gramo de oxígeno. Tras unas escuetas y breves palabras de ánimo, avanzo por la arista que da salida a este estratégico refugio y ante mí aparece un desordenado y caótico campo de rocas que sin orden ni concierto culminan en una gran roca trapezoidal que, orgullosa, se erige en lo que parece ser la cumbre.

Vuelvo mi mirada hacia el Yalung Kang, como pidiendo conformidad. No sé, me fío más de él; ver su cumbre prácticamente a mi altura me anima a seguir. Dos miembros del Al Filo están llegando a la cima. El resto, desperdigado por el caótico mar de rocas, se busca su propio trazado para alcanzar la cumbre. Koke y yo observamos el panorama desordenado. Son las 15h de la tarde, llevo ascendiendo unas 14 horas y me quedan 100 o 150 metros. “¿Qué te parece, Iñigo? ¿Lo damos por bueno?”. Una vez más siento su sonrisa de satisfacción. “Cómo no”. Calculo el resultado de forzar mi pequeña maquinita hasta la cumbre y me veo regresando de noche. No, ya lo hice hace dos años y el Kangchen me permitió salir con vida. No quiero volver a vivir aquella situación.

Koke y yo iniciamos el descenso. A las siete de la tarde soy recibido en el Campo IV por Miguel y Alberto con unos abrazos que a punto están de romper mis leves costillas. Ya es de noche y hay preocupación; mucha preocupación por quienes la punta de aquella roca ha sido irrenunciable.

 Una llamada desde arriba alerta sobre una situación extrema entre alguno de los miembros de Al Filo que han arriesgado hasta el límite. Miguel, Alberto y un sherpa, cargados con líquido caliente y oxígeno, inician una ascensión en medio de la gélida noche para prestar su ayuda. El desgaste físico y el esfuerzo económico que han empleado mis dos compañeros en llegar hasta aquí son despreciados de inmediato en un gran gesto de generosidad. Ascienden hasta 8.000 metros y allí, prestan su ayuda a un grupo de personas que desciende tanteando en la oscuridad, como fantasmas en la noche.

Tras una larga y dura ascensión de más de ocho horas, nos encontramos a 7.800 metros, a punto de tocar el cielo. Hace apenas una hora, hemos alcanzado el Campo IV y ya hemos instalado la tienda en la que ahora me encuentro, refugiado del fuerte viento que nos ha obligado a retrasar un día el ataque a cumbre.

Como la nuestra, la expedición coreana y la de Al Filo de lo Imposible (no así la de la italiana Nieves Meroi, que se ha retirado) esperan en este Campo IV a que las previsiones meteorológicas, que vaticinan buen tiempo para mañana, se cumplan.

Comparto cansancio y tienda con Juanjo Garra, Miguel Fernández y Koke Lasa, mientras que en la tienda contigua se encuentran Alberto Zerain y Kinga Baranowska. Se nos ha hecho durísimo llegar hasta aquí, sobre todo por el gran peso con el que cargábamos, pero nos sentimos muy bien de ánimo.

Mañana a estas horas, quizá hayamos descubierto esos “cinco tesoros” con los que tantas veces hemos soñado.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, a las 16h de esta tarde)

Ascendiendo al Campo III entre "terrones de azúcar"

Oscar Cadiach, ascendiendo en 2007 al Campo III entre "terrones de azúcar" (Foto: Patxi Goñi)

Aunque sufriendo más de la cuenta, ya hemos alcanzado los 7.200 metros del Campo III. No sé por qué nos ha costado tanto llegar, tal vez a consecuencia de las bajas presiones. Pero el sufrimiento y el cansancio han sido la tónica general del día entre todos los miembros de las expediciones que nos encontramos aquí: la nuestra, una coreana, la de la italiana Nieves Meroi y el grupo de Al Filo de lo Imposible.

 

Las nevadas de la última semana han cubierto casi por completo nuestras huellas y resulta durísimo ascender por esos escalones de nieve que guardan gran distancia unos de otros. De todos modos, Koke, Juanjo y yo hemos hecho una cordada muy bien avenida y estamos satisfechos.

 

Tras una hora recuperando fuerzas, nos sentimos bien y de buen ánimo. Desde que salimos del Campo Base el tiempo ha mejorado mucho y tan sólo ha nevado durante diez o quince minutos, pero lo hemos aguantado muy bien porque no hacía frío. En este momento disfrutamos de un paisaje de extraordinaria belleza, con las nubes a cincuenta metros bajo nuestros pies, mientras la cima del Kangchen nos contempla totalmente despejada. Es espectacular.

 

Mañana partiremos al que será nuestro campo IV y que instalaremos a unos 7.600m. No es mucha la diferencia en metros respecto a nuestra posición actual, pero será un tramo bastante duro. Primero atravesaremos una cascada, sinuosa y con grandes grietas, hasta llegar a una planicie inmensa en la que progresivamente aumenta mucho la inclinación. Costará abrir camino. Llevaremos una tienda ligera y comida suficiente para dos días, que es lo que en principio tardaremos en subir hasta la cumbre y bajar al IV a dormir.

 

El sol se esconde a una velocidad estratosférica, así que en poco rato nos meteremos en el saco. Hay que descansar porque los próximos dos días prometen ser muy intensos.

 

Patxi hacia el C.III

Patxi hacia el C.III

 

 (Esta información ha sido redactada a partir de una llamada telefónica de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, a las 10h de la mañana de hoy, hora española)

Esta mañana ha salido el sol y con él nos hemos puesto en marcha todo el grupo. El miedo a la llegada de un nuevo temporal de nieve, previsto para el lunes 18, nos ha dado el impulso final. Hemos comenzado el ataque a la cumbre del Kangchenjunga.

Asciendo en compañía de Koke Lasa y Juanjo Garra. Me encuentro cansado, porque tras alcanzar los 6.200m del Campo I, hemos tenido que cavar durante media hora hasta lograr que la tienda de campaña, que semanas atrás habíamos instalado, reapareciera de debajo de la nieve.

En breves momentos retomaremos la marcha; no hay tiempo que perder, porque ya es la una de la tarde y todavía tardaremos unas cuatro horas en llegar al Campo II, donde pasaremos la noche. Hemos cogido algo de material y comido un poco, lo suficiente para continuar adelante. Ahora más que nunca, se agradece saber que seguís todos ahí.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, esta mañana a las 9h, hora española)

C.II a 6700m. Nuestra tienda es la de la izda.

C.II a 6700m. Nuestra tienda es la de la izda.

Desde que el día 7 dejáramos montado el C.III a 7200m de altitud y regresáramos al Base, el tiempo (climatológico) no ha dejado de darnos muestras de su potencial. Parece como si jugara con nuestra paciencia y con  nuestro ánimo. Nieva casi continuamente. A veces nos deja entrever, entre las nubes, la pirámide rocosa de la cumbre, espolvoreada por la nieve recién caída, como en un guiño para que no desesperemos, para que sigamos aquí, sumisos a sus caprichos, porque puede que, un día de estos, nos deje acercarnos a esa cumbre que tanto deseamos.

 

 

Como digo, está jugando con  nosotros. Intento comprenderlo; el Kangchenjunga y el gran Dios que habita en sus cinco cumbres nos observan desde su privilegiado trono, y me los imagino partiéndose de risa al vernos hacer nuestras cábalas, circunspectos nosotros: “ Mañana C.II, el otro C.III, otro más y C.IV, al otro puede que cima…”. Se nos ríen, lo sé pero, es posible que en un momento de condescendencia dejen que alguno de los que pululamos a sus pies maldiciendo tanto día de mal tiempo, pongamos en la balanza aquello que hemos venido a ofrecer de nosotros mismos, y ¡quién sabe!, sea suficiente como para dejarnos acercar nuestros agostados pulmones y ofrecer nuestros últimos y temblorosos pasos en esa cima jamás hollada.

 

Yo, sinceramente, espero estar allí cuando ese bravucón y malhumorado Dios Indú pide credenciales a puertas de esa gran cumbre. Espero estar allí por mí, por Iñigo, por la gente que me apoya, porque por eso estoy aquí mirando todos los días ese lugar donde descansa mi amigo, incapaz de ir hasta allí porque la naturaleza me ha impuesto demasiadas limitaciones como para hacerlo; uno de los grandes atractivos del alpinismo. Y si no puedo hacerlo, volveré a casa y me abrazaré a mi gente. ¡Qué gran recompensa!

(Email de Patxi Goñi recibido en la Oficina de Pamplona 2016, hoy a las 2:24h de la madrugada, hora española)

Al rebuscar en mi interior para averiguar las razones que me han traído aquí de nuevo, no puedo ocultar un extraño sentimiento de contradicción. Quisiera también ser frío y racional en mis manifestaciones pero, ¿qué quieren que les diga? No soy político, ni corredor de bolsa, ni empresario… No, soy simple y llanamente montañero; y cada vez que me acerco a una de estas colosales montañas me reafirmo más y más en ello.

Así que no sujetaré más las palabras que acuden a mi cabeza, porque aquí sólo estamos el Kangchenjunga y yo, y sólo cuento con el ánimo y apoyo de un reducido grupo de amigos, alguno de los cuales acabo de conocer, pero que ya me han dado muestras de su calidad y valía humana. Espero estar a su lado cuando el Kangchen concluya por arriba, cuando ya no quede un sólo paso más por ascender.

Ascendiendo al Campo II

Ascendiendo al Campo II

Después de dos ajetreados días en el C.B. acondicionando todo lo necesario para hacer de este un lugar habitable, ya estamos en disposición de acercarnos a la pared que inicia la gran ruta de ascenso.

Me resulta un arduo trabajo referir las innumerables diferencias que aprecio entre la expedición que viví hace dos años y la que ahora comienzo a disfrutar, así que sólo puedo decir que son dos expediciones completamente diferentes, como si de montañas diferentes se tratara.

Demasiada gente, demasiada cuerda, demasiados intereses flotando en el ambiente. No sólo me va a requerir un gran esfuerzo escalar esta interminable montaña sino, mantenerme al margen de tanto elemento «extra alpino», por llamarlo de alguna manera.

La escasez de expediciones con las que compartir el gran trabajo que nos requirió el Kangchen en 2007 nos privó de conseguir la cumbre. Ahora, la gran cantidad de gente en ruta, enmarañándolo todo con interminables líneas de cuerda fija, puede que nos ayude a conseguir la cima pero, sería una forma de conseguirla nada acorde con la filosofía que me ha acompañado desde niño a la hora de ascender montañas, aunque estas sean las más altas de la tierra.

Sin embargo, sí que hay algo en esta expedición que, afortunadamente, se parece a mi primer intento: la calidad humana del grupo que nos hemos dado cita al pie del Kangchen. Gente de los más diversos lugares y, seguro, ideologías, estamos unidos bajo el amparo de los Dioses que moran en el Kanchen. No creo que ninguna otra cosa en este mundo sea capaz de conseguir algo así.

Montando el Campo II, a 6.700 metros.

Montando el Campo II, a 6.700 metros.

Día 29:

La montaña está bastante cambiada tras una seca estación invernal. Sin embargo, el paisaje desde los 6.700m del C.II es exactamente el mismo, calcado del que disfrutaron mis ojos en el 2007. Es más, se diría que sigo inmerso en aquella expedición si no fuera porque, al mirar a mis compañeros, veo a Koke en vez de a Oscar, a Juanjo en vez de a Julen… y un gran vacío en vez de a Iñigo.

Mis dos compañeros y yo hemos salido del C.I y, tras atravesar la lengua glaciar que desciende de la gran cascada de hielo, hemos trepado por ella como gatos (por algo hay un Lumbierino en el grupo) y en 4h 15´ nos hemos encaramado encima de uno de los cientos de Seraks que la adornan.

Comer poco, beber un poco más (nunca lo suficiente) y, después de descansar un poco, pues eso, ¡a cavar! Nos vamos relevando los tres con las palas y tras más de una hora de jadeante trabajo, ya tenemos plantada nuestra tienda V.25. “El campo II ya está montado”.

Satisfechos, nos deleitamos juntos, sin decir palabra alguna, del paisaje único que se extiende ante nuestros turbios ojos, como si parte de él nos perteneciera por el simple hecho de estar aquí. Estoy seguro de que es así. Quien sea capaz de llegar hasta aquí, derramando el suficiente sufrimiento como para estar satisfecho consigo mismo, tiene derecho a un trocito de esta inhóspita tierra.

El anochecer viene cargado de viento, como casi siempre, pero cuando todo queda sumido en la oscuridad, la calma lo acaba invadiendo todo, como preparado para que cada uno de nosotros reflexione internamente sobre la eterna pregunta que siempre nos hacen y os hacemos: ¿porqué estoy aquí?

Pero no hay tiempo para ello. Hay que beber, y mucho, y para ello no hay más remedio que deshacer continuamente nieve, en un ritual que se nos antoja agotador por lo repetitivo, pero que es la clave para poder seguir progresando en estas altitudes.

Nos despertamos, hace mucho frío. Comentamos cómo nos ha ido la noche. Parece que nuestro organismo comienza a asimilar en serio la altitud. No hay problemas de dolor de cabeza y todos nuestros órganos parecen estar en el mismo sitio (aunque alguno más olvidado que otro). Así que, tras recomponer por enésima vez las mochilas, iniciamos un rápido descenso al Base cuando el sol todavía se resiste a calentarnos.

Un corto descanso en el C.I. y nos tiramos en picado al Base cuando el sol ya nos comienza  abrasar. ¡Qué le vamos a hacer!, aquí todo es exagerado: la altitud, el frío, el calor… El sufrimiento. Todo parece estar diseñado para quienes desean vivir momentos únicos, acontecimientos que queden grabados de manera indeleble en la memoria.

Te he visto de nuevo, al doblar la curva de Ramtse hacia Oktang; y creo que me has reconocido…¡no!, estoy completamente seguro. Y lo sé porque nadie que se haya dejado una parte importante de su vida desparramada por tus interminables pendientes de nieve, puede pasar desapercibido a tus ojos, a los ojos de esas cinco brillantes puntas de roca y hielo.

La relación que mantengo con esta colosal montaña es tremendamente paradójica. Por un lado, la experiencia que aquí viví hace dos años en compañía de cuatro amigos me llenó casi por completo, tanto humana como alpinísticamente. Por otro, el vacío que quedó dentro de mí al volver la espalda a la montaña e iniciar el descenso del C.B. no lo he podido llenar todavía, es más, jamás lo haré. Cómo hacerlo cuando a tus espaldas se ha quedado un amigo, atrapado bajo un perpetuo sudario de hielo, a casi 8.000m de altitud.

Al igual que el Kangchen, sé que Iñigo me ha visto llegar. Lo he sentido cuando al fijar mi vista sobre aquel altivo campo de hielo donde descansa, una cascada de incontroladas emociones han acudido a mí. Pero ahora no las quiero controlar, no, quiero emocionarme con su recuerdo, con lo mucho que pasamos juntos en esta montaña interminable.

Sé que habrá días muy difíciles para mí en esta expedición, lo sé desde el momento en que pisé Ramtse. Pero también sé que estoy en el lugar en el que debo estar. Un lugar estéril y mineral sólo en apariencia, porque allá arriba, a casi 8000m, Iñigo me está esperando. Espero tener la suficiente fuerza para llegar hasta allí, coger su relevo y alcanzar esa cumbre que tanto nos dio y tanto nos quitó.

¡Cómo pesa la altura!

La soledad del Campo 1

La soledad del Campo 1

Comenzamos a notar el castigo de la altura. Hemos pasado la noche en el Campo 2, a 6.700 metros y los 400 metros de diferencia respecto al C1 pesan en cada movimiento del cuerpo. El viento y el frío también es mucho mayor, así que hemos estado más pendientes de la garganta y la salud.

Por cuestiones operativas y distintos ritmos en la aclimatación, Koke Lasa, Garra y yo hemos podido dormir en el C2 y ya hemos descendido de nuevo hasta el Campo Base para descansar un par de días o tres y reponer fuerzas. Los demás compañeros de expedición ascenderán hoy hasta el C2 donde pasarán la noche.

A pesar del cansancio, los ánimos y la ilusión no han disminuido y tampoco el buen ambiente del grupo. El tiempo sigue acompañándonos, aunque ya nos ha caído una nevada importante y la diferencia entre el calor del Campo Base y el C2 es considerable.

No contamos con ningún porteador de altura, lo que dificulta la ascensión. De todas formas, el sábado o el domingo, partiremos hacia los 7.300 metros del Campo 3. Probablemente, antes de alcanzar esta meta, durmamos de nuevo en el C2, pero todo dependerá de cómo nos encontremos físicamente.

Las vistas son espectaculares. Me alegra mucho recibir todos vuestros ánimos y agradezco el apoyo que me estáis dando. Es un buen empujón para seguir adelante. Ahora, si me lo permitís, ¡me voy a echar una siesta!

(Esta información ha sido redactada a partir de una llamada telefónica realizada hoy desde el Campo Base, a las 10.30h, hora española, por el propio Patxi Goñi a la oficina Pamplona 2016)