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Más cerca de casa

Tras cinco días de intensa y dura caminata, estamos en Suketar, en el helipuerto desde el que mañana despegará una avioneta rumbo a Katmandú. Bajar del Campo Base ha supuesto un esfuerzo enorme, con jornadas maratonianas de más de doce horas atravesando la selva virgen. El paisaje ha sido espectacular, pero hemos sufrido bastante. Después de tantos días en el Base, con todo lo que allí sucedió, nos ha costado, nos ha costado muchísimo…

La lluvia nos ha acompañado durante toda la travesía. Superado el ciclón de la semana anterior, tan sólo disfrutamos de un día de sol, el necesario para evacuar a nuestros cuatro compañeros. Desde entonces no ha hecho más que llover y llover sin parar, hasta que hoy el cielo se ha despertado con alguna nube, pero dejando ver el sol. Si se mantiene así, creo que mañana no tendremos problemas para volar.

Ayer fue increible el impacto que causamos a los habitantes de estas primeras aldeas. La verdad es que ni siquiera son aldeas, sino casitas de campo, esparcidas y totalmente aisladas. La gente que nos vio aparecer de lo alto, saliendo de la selva, nos miraba como si fuésemos espectros. Tan flacos, tan quemados, con nuestras barbas… Estaban alucinados y sorprendidos con nuestra aparición. Fue un momento muy bonito.

Ahora descansamos en una pequeña aldea, donde nos han acogido fenomenal. Ayer cenamos bien y hemos desayunado mejor. Hasta nos hemos echado las primeras cervezas, ¡qué placer! Atrás quedan los amargos momentos del Campo Base…

La bajada de Óscar desde el Campo III fue rapidísima. Óscar es un tipo especial para soportar situaciones tan extremas como las que vivió. Mandamos a un grupo de cuatro porteadores y dos de nuestros cocineros para ayudarle y abrirle huella, pero él ya estaba en el Campo I. Al Base llegó por sus propios medios bien entrada la noche, exhausto, pero con un aspecto inmejorable teniendo en cuenta lo sufrido.

Al día siguiente, hubo que ‘rearmarse’ otra vez con todo y comenzar a bajar. Invertimos unas nueve horas en atravesar el glaciar que se extiende a los pies del Kangchen, hasta llegar a Ramse, el primer lugar habitable (tiene una casita). A partir de ahí, los días fueron durísimos, un descenso largo, muy largo.

Tengo a Julen y Óscar a mi lado. Como yo, se encuentran cansados, molidos por completo; pero con la alegría de saber que pronto volveremos a estar con nuestra gente. Estamos muy contentos. Mañana llegaremos a Katmandú, poniendo punto final a nuestra expedición. Allí nos reencontraremos con Miguel, que aunque bajó del Kangchen algo “tocado” de salud, decidió no adelantar su avión y esperarnos.

Cada uno tenemos un vuelo diferente. He podido adelantar el mío un día para evitar esperas innecesarias en el aeropuerto, así que el viernes a la tarde espero estar pisando Bilbao. Estamos más cerca de casa.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, hoy a las 8h de la mañana, hora española)

Quiero empezar destacando que esta mañana han sido evacuados en helicóptero mis compañeros Koke Lasa, Juanjo Garra, Miguel Fernández y Alberto Zerain, algo que me alegra y me levanta el ánimo después de estos días tan difíciles, atrapados en el Campo Base.

Desde que el día 18 bajamos de la cumbre las cosas se torcieron. A dos miembros de la expedición, Fernández y Zerain, tras el esfuerzo de generosidad que hicieron al ir a buscar al equipo de Al Filo de lo Imposible, se les congelaron los pies y llegaron al Base a duras penas. Les hemos cuidado lo mejor que hemos podido, pero la preocupación se centraba en Koke Lasa, el compañero con el que ascendí el Kangchen. Koke sufrió un edema pulmonar por el esfuerzo de la cumbre, que se le desencadenó en el Campo Base.

Durante tres días le hemos estado metiendo en una cámara hiperbárica. Hemos sufrido unos momentos muy amargos, llamando a los helicópteros de rescate para que vinieran a buscarnos, pidiendo ayuda… Pero nadie venía a socorrernos. Lo cierto es que los últimos dos días era imposible, porque entró un ciclón por el Golfo de Bengala, que se quedó clavado en el Kangchenjunga. No podíamos salir de las tiendas, ni siquiera a la del compañero para ir a ayudarle, porque había vientos de 100 kilómetros por hora, con nieve racheada. Una tormenta que nos ha maltratado y sepultado bajo la nieve. Parece que el ciclón se ha desintegrado y ha mejorado el tiempo, pero nos hemos quedado con dos metros de nieve y las tiendas cubiertas, así que hemos tenido que cavar, cavar mucho para salir afuera.

Afortunadamente, el helicóptero ha llegado y se ha llevado a mis cuatro compañeros. El Campo Base está ahora mismo absolutamente desolado. Tan sólo quedamos Julen y yo, esperando a Óscar, el único miembro de la expedición que falta por bajar, ya que la tormenta le pilló en el Campo III y tuvo que quedarse allí. Óscar lo ha pasado también muy mal, a 7.200 metros, solo y escondido del temporal en su tienda. Pero hoy hemos hablado con él y tiene otra voz. Está mucho más animado y, a pesar de sentirse muy débil, se le nota mucho más sereno y tranquilo.

Un grupo de rescate formado por cuatro sherpas ha llegado con el helicóptero y ha comenzado a ascender para ayudar a Óscar en el descenso y llevarle oxígeno. Él está bien, bajando por sus propios medios, pero va a encontrarse una zona peligrosa, con mucha nieve acumulada, que tienen que abrir los porteadores desde abajo. A este grupo, se les han unido dos cocineros que teníamos en el Campo Base. No son sherpas de altura, pero sí gente con una fortaleza física increible y que conoce muy bien el camino. Ellos dos guiarán e indicarán al grupo la vía a seguir porque ahora mismo no hay ni ruta, ni cuerdas ni nada. El ciclón arrasó con todo a su paso. De todas formas, seis personas es una ayuda importante y, viendo que ascienden a buen ritmo, que son personas muy bien aclimatadas y que el tiempo ha mejorado, creo que hoy mismo se encontrarán con Óscar y mañana a más tardar, espero que volvamos a estar los tres juntos en el Campo Base.

Lo siguiente, no sé qué será. Lo ideal sería que aprovechando la movilización del helicóptero de rescate nos sacaran a los tres de aquí; pero después de la experiencia que hemos vivido con los helicópteros no me atrevo a asegurarlo. De no ser así, no quedará más remedio que salir del Base andando.

Yo me encuentro físicamente muy desgastado. Llevo días trajinando por el Campo Base, ayudando a mis compañeros, y me he quedado muy debilitado. Las sesiones de cama hiperbárica de Koke suponían un desgaste y un esfuerzo brutal, porque se trata de meter presión para “bajarle” de los 5.500 metros a los 3.500, y eso a estas alturas y después de haber subido es muy duro. Además, como era el que mejor me encontraba, he tenido que tirar del grupo, tomar las riendas y estar atento a sus necesidades. Ellos poco podían hacer con sus  congelaciones salvo aguantar.

Pero una por una, hoy es día de buenas noticias: Óscar ya baja y mis cuatro compañeros deben de estar en Katmandú, respirando oxígeno, sobre todo Koke, y encontrándose mucho mejor. Eso nos alegra; me siento  mucho más tranquilo.

(Esta información ha sido redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, esta mañana a las 10.30h, hora española)

El Kangchen ha puesto a cada cuál en su sitio, sin aspavientos, con toda la fría contundencia de la que sólo son capaces montañas como ésta. Porque el Kangchen es diferente a cualquier otra montaña del mundo. Eso es algo en lo que todos los alpinistas que aquí nos encontramos nos hemos puesto de acuerdo. Es implacable, fría, dura y sobre todo larga, muy larga.

He llegado al punto más alto alcanzado en el año 2007. El sol no hace mucho que acaricia levemente mi gélida fisonomía. Las horas de ascensión nocturna no han minado un ápice mis ganas de alcanzar esta preciada cumbre. Reconozco inmediatamente el lugar del vivac de hace dos años, y las escenas de despedida de Iñigo en ese mismo punto vienen a mi cabeza como un latigazo. Siento el grito de aliento de Iñigo que me invita a seguir. ¿Qué motivo si no me impulsa a soportar este sufrimiento? Dejo atrás ese lugar, que para mí ya es sagrado y entro en terreno desconocido.

La vía de la derecha no pierde inclinación respecto al corredor principal; es más, se acentúa, exigiendo un esfuerzo extra con el que no contaba. Tras una fuerte pendiente de nieve llegan las complicaciones serias del tramo que queda hasta la cumbre. Mucho tramo mixto que exige un buen equilibrio, tanto físico como mental. El frío sigue siendo intenso y la cumbre sigue ocultándose tras sucesivos resaltes que cuestan una eternidad superar. Esta es una cumbre para pacientes, está claro. Sólo el Yalung Kang parece apiadarse de mi esfuerzo y me deja ver mi progresión.

Supero la altitud del collado, 8.350 metros, y el Tíbet aparece ante mí, luminoso, con su fisonomía tan peculiar. La arista del Yalung se me muestra en toda su extensión, animándome en mi peculiar peregrinaje. Pero mis fuerzas están llegando al límite. No hay un ritmo de ascensión; simplemente doy un paso cuando mis agostados pulmones me lo permiten.

Hace tiempo que ya no presto atención al frío de mis pies; creo que lo peor ya ha pasado. Mi organismo responde perfectamente a cuantos chequeos le hago y esto me tranquiliza. Tras unas cuantas rocas, una pirámide de nieve me observa desde arriba. ¿Seré capaz de llegar hasta allí? Me hago esta pregunta incluso en voz alta.

Veo cómo lo alcanza Juanjo Garra y parte del grupo de Al Filo. Agacho la cabeza y continúo con mi sufrimiento, viendo en mi mente las caras de mis amigos, de mi familia apostando por mí, sintiendo orgullo de mí. Es una nueva inyección de oxígeno y alcanzo esa preciada pirámide de nieve. La bordeo por la derecha y una gran oquedad en una enorme roca me ofrece un singular lugar de descanso.

Aprovecho el lugar que me brinda el Kangchen y me siento a descansar. Siento en mi cerebro la hipoxia que me invita una y otra vez a quedarme dormido, esa trampa tan peligrosa que tiende la altitud a quien osa jugar con ella. Me mantengo despierto, alerta, consciente de lo que me juego.

Contemplo absorto la vertical belleza de la cara Norte del Yalung y aparece Koke Lasa respirando furioso cada gramo de oxígeno. Tras unas escuetas y breves palabras de ánimo, avanzo por la arista que da salida a este estratégico refugio y ante mí aparece un desordenado y caótico campo de rocas que sin orden ni concierto culminan en una gran roca trapezoidal que, orgullosa, se erige en lo que parece ser la cumbre.

Vuelvo mi mirada hacia el Yalung Kang, como pidiendo conformidad. No sé, me fío más de él; ver su cumbre prácticamente a mi altura me anima a seguir. Dos miembros del Al Filo están llegando a la cima. El resto, desperdigado por el caótico mar de rocas, se busca su propio trazado para alcanzar la cumbre. Koke y yo observamos el panorama desordenado. Son las 15h de la tarde, llevo ascendiendo unas 14 horas y me quedan 100 o 150 metros. “¿Qué te parece, Iñigo? ¿Lo damos por bueno?”. Una vez más siento su sonrisa de satisfacción. “Cómo no”. Calculo el resultado de forzar mi pequeña maquinita hasta la cumbre y me veo regresando de noche. No, ya lo hice hace dos años y el Kangchen me permitió salir con vida. No quiero volver a vivir aquella situación.

Koke y yo iniciamos el descenso. A las siete de la tarde soy recibido en el Campo IV por Miguel y Alberto con unos abrazos que a punto están de romper mis leves costillas. Ya es de noche y hay preocupación; mucha preocupación por quienes la punta de aquella roca ha sido irrenunciable.

 Una llamada desde arriba alerta sobre una situación extrema entre alguno de los miembros de Al Filo que han arriesgado hasta el límite. Miguel, Alberto y un sherpa, cargados con líquido caliente y oxígeno, inician una ascensión en medio de la gélida noche para prestar su ayuda. El desgaste físico y el esfuerzo económico que han empleado mis dos compañeros en llegar hasta aquí son despreciados de inmediato en un gran gesto de generosidad. Ascienden hasta 8.000 metros y allí, prestan su ayuda a un grupo de personas que desciende tanteando en la oscuridad, como fantasmas en la noche.

Vista desde el Campo IV hacia la India

Vista desde el Campo IV hacia la India

Tras enfrentarnos a esta montaña sin tregua, para mí la más dura del mundo, desde ayer descansamos en el Campo Base. Es una alegría y una satisfacción enorme el haber vivido lo vivido, el haber sentido tantas emociones allá arriba, en lo alto del Kangchen. Me encuentro muy bien, cansado, pero muy contento.

 

La bajada fue muy dura. Alberto y Miguel salieron a buscar a Edurne Pasaban desde el Campo IV para tratar de ayudarla. Descendía con verdadera dificultad, pero afortunadamente ella y todo su equipo lograron alcanzar ayer el Campo Base y esta misma mañana, Alex Txicón y Pasaban han sido evacuados en helicóptero para ser inmediatamente llevados a Katmandú y agilizar su traslado a España.

 

Julen y Oscar están tratando de alcanzar hoy la cumbre, aunque todavía es pronto para tener noticias de si lo han logrado o no. Mientras tanto, el resto del equipo descansamos, del cansancio físico y de tanta intensidad emocional. La aventura, el regalo de estar entre las paredes de esta colosal montaña está llegando a su fin, aunque aún queda el descenso a Katmandú. Me gustaría realizarlo a pie, así que descansaremos lo suficiente para afrontar la marcha de cinco o seis días que nos separa de la ciudad.

 

Es difícil explicar qué supone estar a esas alturas, cuando avanzas hacia la cumbre. Cada paso es un dolor. Pero todo el apoyo que he sentido, que he recibido a través de vuestros mensajes, me han dado fuerza. Una vez más, muchísimas gracias.

 

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, esta mañana a las 8.50h, hora española, 12.50h en Nepal)

Tras una larga y dura ascensión de más de ocho horas, nos encontramos a 7.800 metros, a punto de tocar el cielo. Hace apenas una hora, hemos alcanzado el Campo IV y ya hemos instalado la tienda en la que ahora me encuentro, refugiado del fuerte viento que nos ha obligado a retrasar un día el ataque a cumbre.

Como la nuestra, la expedición coreana y la de Al Filo de lo Imposible (no así la de la italiana Nieves Meroi, que se ha retirado) esperan en este Campo IV a que las previsiones meteorológicas, que vaticinan buen tiempo para mañana, se cumplan.

Comparto cansancio y tienda con Juanjo Garra, Miguel Fernández y Koke Lasa, mientras que en la tienda contigua se encuentran Alberto Zerain y Kinga Baranowska. Se nos ha hecho durísimo llegar hasta aquí, sobre todo por el gran peso con el que cargábamos, pero nos sentimos muy bien de ánimo.

Mañana a estas horas, quizá hayamos descubierto esos “cinco tesoros” con los que tantas veces hemos soñado.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, a las 16h de esta tarde)

Ascendiendo al Campo III entre "terrones de azúcar"

Oscar Cadiach, ascendiendo en 2007 al Campo III entre "terrones de azúcar" (Foto: Patxi Goñi)

Aunque sufriendo más de la cuenta, ya hemos alcanzado los 7.200 metros del Campo III. No sé por qué nos ha costado tanto llegar, tal vez a consecuencia de las bajas presiones. Pero el sufrimiento y el cansancio han sido la tónica general del día entre todos los miembros de las expediciones que nos encontramos aquí: la nuestra, una coreana, la de la italiana Nieves Meroi y el grupo de Al Filo de lo Imposible.

 

Las nevadas de la última semana han cubierto casi por completo nuestras huellas y resulta durísimo ascender por esos escalones de nieve que guardan gran distancia unos de otros. De todos modos, Koke, Juanjo y yo hemos hecho una cordada muy bien avenida y estamos satisfechos.

 

Tras una hora recuperando fuerzas, nos sentimos bien y de buen ánimo. Desde que salimos del Campo Base el tiempo ha mejorado mucho y tan sólo ha nevado durante diez o quince minutos, pero lo hemos aguantado muy bien porque no hacía frío. En este momento disfrutamos de un paisaje de extraordinaria belleza, con las nubes a cincuenta metros bajo nuestros pies, mientras la cima del Kangchen nos contempla totalmente despejada. Es espectacular.

 

Mañana partiremos al que será nuestro campo IV y que instalaremos a unos 7.600m. No es mucha la diferencia en metros respecto a nuestra posición actual, pero será un tramo bastante duro. Primero atravesaremos una cascada, sinuosa y con grandes grietas, hasta llegar a una planicie inmensa en la que progresivamente aumenta mucho la inclinación. Costará abrir camino. Llevaremos una tienda ligera y comida suficiente para dos días, que es lo que en principio tardaremos en subir hasta la cumbre y bajar al IV a dormir.

 

El sol se esconde a una velocidad estratosférica, así que en poco rato nos meteremos en el saco. Hay que descansar porque los próximos dos días prometen ser muy intensos.

 

Patxi hacia el C.III

Patxi hacia el C.III

 

 (Esta información ha sido redactada a partir de una llamada telefónica de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, a las 10h de la mañana de hoy, hora española)

Esta mañana ha salido el sol y con él nos hemos puesto en marcha todo el grupo. El miedo a la llegada de un nuevo temporal de nieve, previsto para el lunes 18, nos ha dado el impulso final. Hemos comenzado el ataque a la cumbre del Kangchenjunga.

Asciendo en compañía de Koke Lasa y Juanjo Garra. Me encuentro cansado, porque tras alcanzar los 6.200m del Campo I, hemos tenido que cavar durante media hora hasta lograr que la tienda de campaña, que semanas atrás habíamos instalado, reapareciera de debajo de la nieve.

En breves momentos retomaremos la marcha; no hay tiempo que perder, porque ya es la una de la tarde y todavía tardaremos unas cuatro horas en llegar al Campo II, donde pasaremos la noche. Hemos cogido algo de material y comido un poco, lo suficiente para continuar adelante. Ahora más que nunca, se agradece saber que seguís todos ahí.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, esta mañana a las 9h, hora española)

C.II a 6700m. Nuestra tienda es la de la izda.

C.II a 6700m. Nuestra tienda es la de la izda.

Desde que el día 7 dejáramos montado el C.III a 7200m de altitud y regresáramos al Base, el tiempo (climatológico) no ha dejado de darnos muestras de su potencial. Parece como si jugara con nuestra paciencia y con  nuestro ánimo. Nieva casi continuamente. A veces nos deja entrever, entre las nubes, la pirámide rocosa de la cumbre, espolvoreada por la nieve recién caída, como en un guiño para que no desesperemos, para que sigamos aquí, sumisos a sus caprichos, porque puede que, un día de estos, nos deje acercarnos a esa cumbre que tanto deseamos.

 

 

Como digo, está jugando con  nosotros. Intento comprenderlo; el Kangchenjunga y el gran Dios que habita en sus cinco cumbres nos observan desde su privilegiado trono, y me los imagino partiéndose de risa al vernos hacer nuestras cábalas, circunspectos nosotros: “ Mañana C.II, el otro C.III, otro más y C.IV, al otro puede que cima…”. Se nos ríen, lo sé pero, es posible que en un momento de condescendencia dejen que alguno de los que pululamos a sus pies maldiciendo tanto día de mal tiempo, pongamos en la balanza aquello que hemos venido a ofrecer de nosotros mismos, y ¡quién sabe!, sea suficiente como para dejarnos acercar nuestros agostados pulmones y ofrecer nuestros últimos y temblorosos pasos en esa cima jamás hollada.

 

Yo, sinceramente, espero estar allí cuando ese bravucón y malhumorado Dios Indú pide credenciales a puertas de esa gran cumbre. Espero estar allí por mí, por Iñigo, por la gente que me apoya, porque por eso estoy aquí mirando todos los días ese lugar donde descansa mi amigo, incapaz de ir hasta allí porque la naturaleza me ha impuesto demasiadas limitaciones como para hacerlo; uno de los grandes atractivos del alpinismo. Y si no puedo hacerlo, volveré a casa y me abrazaré a mi gente. ¡Qué gran recompensa!

(Email de Patxi Goñi recibido en la Oficina de Pamplona 2016, hoy a las 2:24h de la madrugada, hora española)

Ya lo sabía, no, mejor dicho, lo intuía. Me refiero a cómo el alpinismo de antaño, el que mamé de niño en libros de Gastón Rebufat o Chris Bonnington, se desmorona ante nosotros, sin poder sustraerse a una sociedad que, incapaz de sacar lo mejor de nosotros mismos, sólo nos cultiva, como en la fantasiosa película de Matrix.

Oscar, Julen y yo, integrados en un grupo de magníficos alpinistas que nos comprenden y apoyan, nos hemos acercado a esta montaña movidos por el magnífico reto que significa ascender al Kangchenjunga y, “sobre todo”, rendir el homenaje que Iñigo se merece.

Pero tarde o temprano tenía que suceder. Durante muchos años nos hemos mantenido al margen del  movimiento mercantilista que ahora pulula por entre estas colosales montañas. No sé si tendré la suficiente capacidad para expresar lo que quiero comunicaros, pero lo intentaré.

Cuando todo parece estar listo para el asalto definitivo a esta interminable montaña, me encuentro con que expediciones que ganan cantidades de dinero desconocidas para mí sólo por el hecho de estar aquí, me piden dinero porque alguien que ha llegado aquí antes que yo ha colocado cantidades desmesuradas de cuerda a lo largo de la montaña. Mis compañeros y yo escalamos bajo otra estrategia, otro estilo, otra filosofía que, parecen chocar radicalmente con los que “amistosamente” me piden dinero.

A pesar de lo mucho que sufrimos, echo de menos aquella solitaria montaña que cinco amigos encontramos hace dos años. Echo de menos sus desnudas paredes de hielo. Echo de menos el estilo libre y humilde con el que nos enfrentamos a aquella ascensión que, ahora se me antoja descomunal por su compromiso y dificultad.

Por el bien de convivencia entre los grupos de personas que aquí nos encontramos, pagaré. Eso sí, utilizando el menor número de metros de cuerda posible. No por soberbia, no; sino por estilo, por coherencia, por una manera de hacer montaña ya en desuso… Porque me gusta escalar montañas, no esclavizarlas.

 

Charlando en el comedor

Charlando en el comedor

La estancia en el Campo Base se alarga más de lo previsto. Llevamos cinco días aquí, refugiados en nuestras tiendas de campaña del frío y de la gran cantidad de nieve que no cesa de caer.

Aunque uno trata de no aburrirse, las horas pasan lentamente escondidos en el saco de dormir, esperando una tregua del tiempo. La inactividad nos hace pensar. Pensar en qué nos encontraremos cuando el temporal remita, porque posiblemente la nieve haya borrado nuestras huellas o cubierto los Campos I, II y III. Así que tratamos de mantener el buen ánimo, a pesar de saber que parte del trabajo realizado ha desaparecido bajo el manto blanco. 

Todas las expediciones nos hemos vuelto a reunir en el Campo Base. También los compañeros de Al Filo de lo Imposible, aunque apenas nos vemos unos con otros porque el frío nos obliga a permanecer constantemente en las tiendas y nuestras únicas “escapadas” son de éstas al comedor, y vuelta.

Las previsiones dicen que a partir del día 15 mejorará el tiempo, pero como no lo sabemos con seguridad, tampoco podemos fijar una fecha para reiniciar la marcha. De todas formas, estamos bien de salud y vuestros ánimos son un estímulo para conservar la ilusión. Hay que esperar y tener paciencia.

 (Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, a las 8.20h de esta mañana, hora española)