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Adiós Karakorum…o no

…Amanece un bonito y soleado día. Miro al G-I con indiferencia. Su cumbre ya no domina mis pensamientos; estos están ahora lejos de aquí, con mi gente, en mi tierra. Sé que no sentiré tristeza cuando de la espalda a este coloso, como sí ha ocurrido en otras ocasiones. Y sé también que, cuando abandone el glaciar del Baltoro y la vida vuelva a discurrir bajo mis pies, lo habré hecho por última vez. El Karakorum forma parte importante de mi vida, y he vivido aquí momentos absolutamente únicos e irrepetibles pero…mi ciclo aquí ha terminado.

Estas son las últimas palabras que escribía en al Campo Base de los Gasherbrum en el año 2013…y vive Dios que las decía desde el fondo de mi corazón.

Tres compañeros se habían quedado para siempre en las laderas del Hiden Peak, y mi ánimo estaba por los suelos.

Oscar consiguió su decimotercer Ochomil, y juntos trotamos Balto abajo como si nos persiguiese el mismísimo diablo, de regreso a nuestros hogares.

Pero, en mi mente zigzagueaba como una culebrilla inquieta una reflexión que, hace varios años ya, oí a Juanjo San Sebastián tras una de las expediciones que realizó al K-2. No sé porqué razón me quedé con aquella reflexión. Tal vez fuera porque, transcurridos los años, acabaría haciéndola mía.

Vino a decir el alpinista Vizcaíno que, cuando daba la espalda al K-2 al finalizar la expedición, juró y perjuró que jamás volvería a esa montaña. Dijo también que, cuando giraba en Concordia para lanzarse Baltoro abajo, y dejó de ver la descomunal silueta del Chogori, supo que regresaría a esa montaña…y lo hizo en 4 ocasiones más.

No quiero decir con esto que los alpinistas seamos hombres de poca palabra (por la cuenta que me trae) no; quiero hacer ver que, estas enormes montañas desatan en ocasiones sentimientos encontrados  y contradictorios en nuestras maltrechas cabezas.

El motivo de que me ponga esta venda antes de la herida es que…este próximo Verano vuelvo al Baltoro. Sí, vuelvo a ese glaciar torturado y torturador. Vuelvo al Karakarum, cordillera implacable e imprevisible. Vuelvo porque…vuelvo. No necesito dar más explicaciones.

Un buen amigo me dijo (al saber de mis intenciones) que me iba a tirar la mitad del tiempo escalando el Broad Peak y la otra mitad explicando porqué había faltado a mi palabra de no regresar al Karakorum. Espero que haga falta llegar  a esos extremos.

El caso es que el Broad Peak se ha cruzado de nuevo en mi camino y no voy a hacer nada por apartarme de su trayectoria, es más, voy a salir a su encuentro y espero que nos volvamos a ver las caras con más fortuna de la que tuve en el, ya lejano, 2003.

En aquella ocasión, Julen y yo, nos exprimimos a base de bien en esa montaña, llegando a realizar tres intentos consecutivos a cumbre y en los que la cota 7500 nos detuvo en las tres ocasiones. Sufrimos como perros abriendo huella en ese interminable campo de nieve que va desde el C.III hasta el collado. El frío aquí es estremecedor.

No conseguimos llegar a la cumbre pero, ¡¡cómo disfrutamos en esta montaña!!: durante 2 semanas estuvimos solos en la montaña. Hacíamos y deshacíamos a nuestro antojo. No había polémicas con las «putas» cuerdas fijas ni con quién tenía que abrir huella hoy o mañana. A la tercera semana comenzaron a aparecer nuevas expediciones y el sentido de la montaña cambió por completo.

Sé que esas sensaciones que viví allí en el 2003 no se repetirán; serán otras: unas mejores y otras peores; todas distintas.

Vuelvo al Broad con Oscar. Se nos dará bien, mal o regular pero, no sé porqué, me veo filmando al bueno de Oscar pisando la cima de su decimocuarto Ochomil

Esta es la prueba irrefutable de que los montañeros no somos quienes elegimos las montañas que vamos a escalar, sino que son ellas quienes nos eligen a nosotros.

Este año 2013 era (eso creía yo iluso de mí) de los que no tocaban, de los que solemos decir: «Este año yo me quedo en tierra». La adquisición de una nueva bicicleta y la reparación del coche tras un buen golpe contra una máquina quitanieves así lo aconsejaban pero, fue la prudencia precisamente, la que me llevo a estrellarme contra esa máquina infernal que deambula en noches intempestuosas por esas carreteras de Dios. Sé que esta excusa se sostiene menos que una verdad en boca de tesorero pero, algo tenía que decir para justificar mi cambio de decisión.

La expedición al NUN del año pasado, no pasará a la historia como una de mis grandes expediciones, y es innegable que esto dejó mi ánimo un tanto maltrecho así que, decidí enfocar mis esfuerzos y ambición en mi otra gran pasión: el ciclismo en ruta. Así pues, mi gran objetivo para el presente año era correr, el 1 de Junio, la primera edición de la marcha cicloturista «Pax Avant», que une los valles Navarros y franceses que intervienen en el «Tributo de las Tres vacas», singular patrimonio cultural de  nuestra querida Navarra.

Y ahora viene el, peeero…recibí una llamada. Un amigo del trabajo me dice que tengo que borrar ciertos contactos de mi agenda telefónica, que me van a llevar por la calle de la amargura, y no le falta algo de razón.

El caso es que, quien está al otro lado del teléfono es Oscar Cadiach, y nada menos que proponiéndome ir juntos, mano a mano, al Hidden Peak (el pico oculto), en los confines del Baltoro.

Reconozco  que el esfuerzo de oposición que presento ante esa propuesta no vale gran cosa, y nada más cortar la conversación con Osar, mi cabeza comienza a realizar el vertiginoso cálculo de probabilidades: fechas, vacaciones, presupuesto, trabajo, familia…en fin, lo de siempre, sabiendo en el fondo que no voy a poder resistirme un proyecto como este.

Y aquí me encuentro ahora, ante un nuevo reto alpinístico que ha conseguido ilusionarme de nuevo, después de un par de años un tanto apáticos.

Quien haya escalado el G II, seguro que habrá sentido la fuerte  atracción magnética que ejerce su hermano mayor desde el otro lado del collado. El G I es una montaña impresionante de verdad, enclavada en mayor y más bello anfiteatro glaciar de la tierra: «el circo de los Gasherbrum».

Cuando ascendí el G II, allá por el ya lejano 1999,  también yo quedé impresionado por ese pico que parece estar suspendido en el vacío, desafiando las leyes de la gravedad, lanzando su cumbre contra el cielo como una flecha.

El Hidden Peak se me ha metido dentro…ya nada puedo hacer… ya es inútil resistirse.

Por supuesto que La Pax Avant sigue dentro de mis planes, y espero con impaciencia que la nieve que ahora cubre esos puertos por los que transita la prueba, se funda para poder recorrerlos en mi nueva «burra» y conseguir el estado de forma suficiente como para poder terminarla, no sin cierto grado de dignidad.

Ciclismo y alpinismo; nunca había pensado en ello detenidamente pero, creo que se llevan bastante bien y no quiero separarlos, así que, este nuevo proyecto para el 2013 quiero que una estas dos maneras de entender el deporte puro y duro, sin cortapisas, sin reservas.

Pax Avant, Irati Extrem y Gasherbrum I.

Hasta que el cuerpo aguante.

Patxi frente al G-I en 1999

Patxi frente al G-I en 1999

Muchas veces, y algunas de ellas no sin razón, se nos ha tachado a los alpinistas de egoístas, que ponemos nuestras propias ambiciones y deseos por encima de los demás… por encima de cualquier otra cosa.

Diré en mi descargo que, si no pones cuanto tienes, es casi imposible colocar los pies en la cumbre de una de estas montañas que con tanta altanería e inmutabilidad te miran desde allá arriba, desde donde todo parece nacer.

Después de 5 días de alpinismo del que a unos pocos nos gusta practicar (quien se sienta aludido que tome velas), me hayo escribiendo estas líneas en el interior de mi tienda de campaña del C.B.

Acabo de vivir 3 días de los que pondrían los pelos de punta a cualquiera de ésos que salen de machitos en los medios de comunicación, y seguro que cualquier director de cine rechazaría el guión por exagerado. Nunca en mi vida había paleado tanto. Ni cuando curraba de machaca de albañil,  hace algunos años ya.

Como creo que ya os lo he comentado en alguna ocasión, las nevadas son aquí diarias y los campos de altura desaparecen contínuamente bajo espesos mantos de nieve. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, todos los campos de altura que tenemos en el Manaslu están sepultados en la nieve y, quien sabe si se podrán volver a utilizar. Pero no es de nevadas de lo que os quiero hablar.

No espero a nadie, no es mi estilo así que, en cuanto estoy preparado, salgo del C.I. Solo a Tente llevo delante mío, abriendo penosamente huella después de la nevada nocturna. Nos vamos relevando en la fortísima pared glaciar hasta alcanzar el C.II.

Descansamos un poco, desenterramos las tiendas y elevamos este campo hasta la base una gran barrera de Sheraks a 6800 m de altitud.

Ha sido una jornada my dura, tanto por el peso (no me atrevo a dar cifras), como por el desnivel (1200m). Llegados aquí, ya comienzo a sentir las sensaciones tan especiales de la alta montaña del Himalaya.

Amanece despejado y salgo de mi tienda. Hace frío y visto mi mono de pluma. La pendiente es muy fuerte y, como casi siempre, abro huella junto con Tente y Oscar cadiach.

Llegamos a la zona de Sheraks y los Sherpas, de quien los tiene en nómina, colocan varios cientos de metros de cuerda en la pared de hielo. Me lo paso genial echándoles una mano en esta dura pero preciosa tarea. Lenta pero contundentemente, vamos ganando altura a la vez que el tiempo va cambiando inexorablemente.

Alcanzamos lo que creemos que es el collado, pues no se ve prácticamente nada, hasta que casi sin darnos cuenta, nos hemos metido en medio de la ventisca.

Con la cabeza agachada, como admitiendo nuestra nimiedad en el contexto de la alta montaña, seguimos soportando el envite de la nieve racheada y de los fuertes vientos.

Al alcanzar los 7500 m y como por arte de magia, la nieve desaparece, y en su lugar aparece un inmenso campo de hielo azul y duro como nunca había visto en estas montañas.

Avanzamos ahora golpeando fuertemente el suelo con nuestros crampones, en los que ponemos todos los sentidos de los que podemos disponer, que aquí son más de 6, os lo puedo asegurar.

Cada vez que el apoyo de mi Piolet resbala sobre la marmórea superficie, el corazón se me sale por la garganta, como queriendo coger el oxígeno que necesita y que yo soy incapaz de proporcionarle. Levanto la cabeza y me quedo petrificado, como la superficie por la que camino:

Incrustado en el hielo, a 3 ó 4 metros de mi, un ser me observa asomando sobre el duro hielo. El gesto de su cuerpo parece indicarme la vía correcta, el camino que probablemente él no pudo encontrar.

No puedo sentir otra cosa que tristeza por alguien que, probablemente, al igual que yo, subió hasta aquí con el deseo y la ilusión de sentir las cosas que sólo aquí se sienten.

Paso a su lado, le miro de reojo. Iluso de mi, espero alguna reacción de su parte pero, ese cuerpo pertenece allí donde se encuentra. Es un trozo más de la montaña. Sigo hacia adelante.

Nos reunimos todos en un lugar que hace que el collado Sur del Everest, pueda parecer el salón de cualquiera de nuestras casas. Es un lugar arrasado por fuertes vientos a merced de una montaña de la que, ya lo sabemos, nada podemos esperar.

El campo de hielo parece no tener fin y, en medio de la ventisca, forzamos la vista con la esperanza de encontrar un lugar en el que colocar nuestras tres tiendas de campaña.

Sólo su especial instinto (no puede ser otra cosa), hace que los Sherpas den con una especie de duna de nieve en medio del hielo en la que, tras 2 horas de pelea contra el viento, montamos las tres tiendas de campaña.

Completamente vestidos, incluso con los crampones puestos, nos tiramos literálmente dentro de las tienda pera protegernos de un temporal que pugna por arrancarnos la vida.

El viento no cesa y ya ha comenzado a romper las tiendas. Está claro que nos hayamos en una situación de auténtica supervivencia.

El poco calor corporal que conseguimos generar y nuestro aliento se condensan en el interior de nuestra tienda. El viento zarandea sin cesar las telas de las tiendas desprendiendo la escarcha que se forma en su interior y cae sobre nosotros tapándonos de hielo contínuamente.

Cadiach y yo hacemos agua incesántemente con la nieve que se cuela en el interior de la tienda. Sabemos muy bien que el hornillo es aquí la vida. Oscar es un dinosaurio de la supervivencia y me lo recuerda coníinuamente. Me alegro de encontrarme aquí con él.

Amanece el día 2 de Mayo y el resol que se trasluce en el interior de la tienda, me hace creer que, aunque el viento no haya amainado lo más mínimo, el día viene claro y podremos salir de aquí.

Me visto, me coloco las petrificadas botas, a las que no he quitado los crampones…y salgo fuera de la tienda. El espectáculo que ven mis ojos es desolador:

Me siento como un naufrago en una tormenta en medio del Océano. No se ve a 2 metros de distancia y la nieve resbala en incesantes oleadas sobre la superficie helada. ¡Ábreme la puerta!, son las únicas palabras que salen de mi boca. La cremallera se abre y me tiro de cabeza dentro de mi tienda. Está claro que no podremos salir aquí. Habrá que prepararse para otro día en este lugar, sobre ésto no hay discusión posible. Nos metemos de nuevo dentro del saco, tapado de hielo y duro como el cartón, y en silencio, nos preparamos para  otro día a merced del Manaslu. La noche es terrorífica. Siento como la tienda va quedando paulatinamente enterrada en la nieve que el viento nos trae desde quién sabe donde. Enciendo continuamente la frontal, solo para constatar que seguimos ahí pero, sólo veo unos sacos tapados de hielo en cuyo interior, y a duras penas, seguimos respirando.

Amanece el día 3 de Mayo y, desde el interior de la tienda, no parece que nada haya cambiado. ¿Y si tampoco hoy podemos salir de aquí?. Es la pregunta que, seguro, todos nos estamos haciendo. Llevo 2 días metido en el interior de la tienda y, no he echo otra cosa que pensar, pensar en mi gente. Mi familia y mis amigos me quieren, de éso no me cabe ninguna duda. Esta es la única cosa clara a la que llega mi mente una vez tras otra. Espero reencontrarme con vosotros. Este es el único deseo claro al que llego una vez tras otra.

Aunque con menos intensidad, el viento sigue con su delirante carrera hacia ninguna parte. No debe explicaciones a nadie, este es su lugar.

Las nubes perecen haberse retirado por unos instantes, así que, iniciamos el descenso. Dejamos a nuestro amigo coreano en el que ya es su hogar para siempre y 13 horas después, alcanzamos el C.B.

Me introduzco dentro de mi saco de plumas escuchando el silencio de la noche. No nieva y las telas de la tienda permanecen inmóviles. Me recreo con esta situación, con el silencio, con la tranquilidad de quien nada tiene ya que temer, con el oxígeno entrando a borbotones en mis pulmones. No me da tiempo para nada más. Caigo en brazos de Morfeo como un niño.

Ruta Manaslu

Lo cierto es que, hablar solo los 3500m de desnivel que separan el Glaciar Yalung de la cima del Kanchenjunga, cuando se está refiriendo a una expedición a la gran montaña Nepalí, es como cercenarla, amputarle uno o varios de los miembros que la hacen una de las montañas más especiales y espectaculares del mundo.

Porque, la ascensión al Kangchenjunga no comienza ni concluye en el Campo Base, no. Ninguna lo hace pero, esta mucho menos. ¡Cómo obviar los 12 días de marcha de aproximación que se emplean para llegar a su Campo Base!, o ¡cómo hacerlo con los 5 días, tremendos, que necesitamos para salir del Base hasta la aldea de Suketar!.

Os pongo en situación:

Descendemos del Campo Base después de haber soportado situaciones que, apunto estuvieron de trastocar incluso los atemperados nervios de Oscar. Del Base hasta Ramtse, 8 horas de tortura por el que probablemente sea, el glaciar más caótico del mundo. Esto ya nos lo sabíamos. De Ramtse hasta la cabaña de Tortong, nos volvemos a reencontrar con la vegetación. La gran masa de bosques del Noreste del Nepal nos vuelven a proteger del viento y el frío, no así de la lluvia, que nos azota sin piedad durante toda la jornada. Y, a partir de aquí, es desde donde comienza la jornada más larga, dura y espectacular, que recuerdan mis piececillos desde que tengo huso de razón.

Pasang, nuestro Shirdar, nos comenta que cree recordar un camino que utilizó hace 20 años, cuando era porteador (está claro que en la profesión de porter también se promociona) con una expedición Rusa al Kangchen. Eso si, nos advierte que es una jornada larga y, cuando un Sherpa te dice que te vas a enfrentar a una larga y dura jornada, ¡¡átate los machos!!.

Ha estado toda la noche lloviendo pero, es el Sol quien nos despierta de un profundo y reparador sueño. El agua de lluvia se evapora del tejado de madera de la cabaña de Tortong iluminada por el sol, y se une a las masas de vapor de agua que la selva comienza a liberar para, llegado el mediodía, devolverlas al fértil suelo del que nacieron. Se nota que la Primavera concluye y que la estación monzónica está ya próxima. Evitamos pasar por el alto collado que nos llevaría a Yangpudín, y nos sumergimos por el fondo del valle, pegados al río Simbua Khola. La selva es aquí carrada y espesa como un puñado de musgo. La humedad nos hace chorrear de sudor como si estuviéramos en medio de una copiosa lluvia monzónica. Hasta donde alcanza nuestra vista, todo es selva. Miles, millones de hectáreas de un bosque que brilla como recién pintado se despliega ante nuestros atónitos ojos. ¡No es posible que tengamos que salir por allí!, nos decimos incrédulos pero, Pasang sigue descendiendo así que, está claro que no hay otro camino que el que él nos marca.

Las horas se suceden una tras otra con el monótono sonido de fondo de un embravecido río que se abre paso a empentones por entre encajonados valles. Por fin, un claro en el bosque nos libera de la angustiosa presión de los árboles; ¿no queríais árboles?, ¡pues toma árboles!.

Al acercarnos al claro, penetrantes gritos de niños destacan sobre el dominante silencio de la selva. Una cabaña hecha con cañas de bambú alberga a una familia que, nos cuesta trabajo entender porqué están aquí. Seguramente, a ellos les resultará más difícil todavía comprender qué hacen tres occidentales, flacos como suelas de abadejo, barbudos y desmadejados, saliendo de una selva que, incluso a ellos, les ha detenido en este punto.

Corren los niños despavoridos pendiente arriba, como si los más de 3000m a los que nos encontramos, no fueran con ellos. La madre está escardando maíz, 4 matas desperdigadas por el claro boscoso. El padre recoge hierbas al orillo del camino. Me paro junto a él, me mira, le miro, ninguno de los dos dice nada…por fin, de su rostro arrugado surge el lenguaje universal: una sincera y bellísima sonrisa, como impropia de un rostro tan machacado por la vida, me llega al alma. Quiero hablar con  él pero no puedo, no por el infranqueable muro del idioma, no, sino porque es mudo. Llevamos unas 12h horas caminando sin encontrarnos con ni un solo alma y, la primera persona con la que topamos, va y es muda. Hay que reconocer que, cuando quiere, también el Kangchen tiene sentido del humor.

-Una danza al Sol-

Sherpaní danzando. Una vida sin estrés