Muchas veces, y algunas de ellas no sin razón, se nos ha tachado a los alpinistas de egoístas, que ponemos nuestras propias ambiciones y deseos por encima de los demás… por encima de cualquier otra cosa.
Diré en mi descargo que, si no pones cuanto tienes, es casi imposible colocar los pies en la cumbre de una de estas montañas que con tanta altanería e inmutabilidad te miran desde allá arriba, desde donde todo parece nacer.
Después de 5 días de alpinismo del que a unos pocos nos gusta practicar (quien se sienta aludido que tome velas), me hayo escribiendo estas líneas en el interior de mi tienda de campaña del C.B.
Acabo de vivir 3 días de los que pondrían los pelos de punta a cualquiera de ésos que salen de machitos en los medios de comunicación, y seguro que cualquier director de cine rechazaría el guión por exagerado. Nunca en mi vida había paleado tanto. Ni cuando curraba de machaca de albañil, hace algunos años ya.
Como creo que ya os lo he comentado en alguna ocasión, las nevadas son aquí diarias y los campos de altura desaparecen contínuamente bajo espesos mantos de nieve. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, todos los campos de altura que tenemos en el Manaslu están sepultados en la nieve y, quien sabe si se podrán volver a utilizar. Pero no es de nevadas de lo que os quiero hablar.
No espero a nadie, no es mi estilo así que, en cuanto estoy preparado, salgo del C.I. Solo a Tente llevo delante mío, abriendo penosamente huella después de la nevada nocturna. Nos vamos relevando en la fortísima pared glaciar hasta alcanzar el C.II.
Descansamos un poco, desenterramos las tiendas y elevamos este campo hasta la base una gran barrera de Sheraks a 6800 m de altitud.
Ha sido una jornada my dura, tanto por el peso (no me atrevo a dar cifras), como por el desnivel (1200m). Llegados aquí, ya comienzo a sentir las sensaciones tan especiales de la alta montaña del Himalaya.
Amanece despejado y salgo de mi tienda. Hace frío y visto mi mono de pluma. La pendiente es muy fuerte y, como casi siempre, abro huella junto con Tente y Oscar cadiach.
Llegamos a la zona de Sheraks y los Sherpas, de quien los tiene en nómina, colocan varios cientos de metros de cuerda en la pared de hielo. Me lo paso genial echándoles una mano en esta dura pero preciosa tarea. Lenta pero contundentemente, vamos ganando altura a la vez que el tiempo va cambiando inexorablemente.
Alcanzamos lo que creemos que es el collado, pues no se ve prácticamente nada, hasta que casi sin darnos cuenta, nos hemos metido en medio de la ventisca.
Con la cabeza agachada, como admitiendo nuestra nimiedad en el contexto de la alta montaña, seguimos soportando el envite de la nieve racheada y de los fuertes vientos.
Al alcanzar los 7500 m y como por arte de magia, la nieve desaparece, y en su lugar aparece un inmenso campo de hielo azul y duro como nunca había visto en estas montañas.
Avanzamos ahora golpeando fuertemente el suelo con nuestros crampones, en los que ponemos todos los sentidos de los que podemos disponer, que aquí son más de 6, os lo puedo asegurar.
Cada vez que el apoyo de mi Piolet resbala sobre la marmórea superficie, el corazón se me sale por la garganta, como queriendo coger el oxígeno que necesita y que yo soy incapaz de proporcionarle. Levanto la cabeza y me quedo petrificado, como la superficie por la que camino:
Incrustado en el hielo, a 3 ó 4 metros de mi, un ser me observa asomando sobre el duro hielo. El gesto de su cuerpo parece indicarme la vía correcta, el camino que probablemente él no pudo encontrar.
No puedo sentir otra cosa que tristeza por alguien que, probablemente, al igual que yo, subió hasta aquí con el deseo y la ilusión de sentir las cosas que sólo aquí se sienten.
Paso a su lado, le miro de reojo. Iluso de mi, espero alguna reacción de su parte pero, ese cuerpo pertenece allí donde se encuentra. Es un trozo más de la montaña. Sigo hacia adelante.
Nos reunimos todos en un lugar que hace que el collado Sur del Everest, pueda parecer el salón de cualquiera de nuestras casas. Es un lugar arrasado por fuertes vientos a merced de una montaña de la que, ya lo sabemos, nada podemos esperar.
El campo de hielo parece no tener fin y, en medio de la ventisca, forzamos la vista con la esperanza de encontrar un lugar en el que colocar nuestras tres tiendas de campaña.
Sólo su especial instinto (no puede ser otra cosa), hace que los Sherpas den con una especie de duna de nieve en medio del hielo en la que, tras 2 horas de pelea contra el viento, montamos las tres tiendas de campaña.
Completamente vestidos, incluso con los crampones puestos, nos tiramos literálmente dentro de las tienda pera protegernos de un temporal que pugna por arrancarnos la vida.
El viento no cesa y ya ha comenzado a romper las tiendas. Está claro que nos hayamos en una situación de auténtica supervivencia.
El poco calor corporal que conseguimos generar y nuestro aliento se condensan en el interior de nuestra tienda. El viento zarandea sin cesar las telas de las tiendas desprendiendo la escarcha que se forma en su interior y cae sobre nosotros tapándonos de hielo contínuamente.
Cadiach y yo hacemos agua incesántemente con la nieve que se cuela en el interior de la tienda. Sabemos muy bien que el hornillo es aquí la vida. Oscar es un dinosaurio de la supervivencia y me lo recuerda coníinuamente. Me alegro de encontrarme aquí con él.
Amanece el día 2 de Mayo y el resol que se trasluce en el interior de la tienda, me hace creer que, aunque el viento no haya amainado lo más mínimo, el día viene claro y podremos salir de aquí.
Me visto, me coloco las petrificadas botas, a las que no he quitado los crampones…y salgo fuera de la tienda. El espectáculo que ven mis ojos es desolador:
Me siento como un naufrago en una tormenta en medio del Océano. No se ve a 2 metros de distancia y la nieve resbala en incesantes oleadas sobre la superficie helada. ¡Ábreme la puerta!, son las únicas palabras que salen de mi boca. La cremallera se abre y me tiro de cabeza dentro de mi tienda. Está claro que no podremos salir aquí. Habrá que prepararse para otro día en este lugar, sobre ésto no hay discusión posible. Nos metemos de nuevo dentro del saco, tapado de hielo y duro como el cartón, y en silencio, nos preparamos para otro día a merced del Manaslu. La noche es terrorífica. Siento como la tienda va quedando paulatinamente enterrada en la nieve que el viento nos trae desde quién sabe donde. Enciendo continuamente la frontal, solo para constatar que seguimos ahí pero, sólo veo unos sacos tapados de hielo en cuyo interior, y a duras penas, seguimos respirando.
Amanece el día 3 de Mayo y, desde el interior de la tienda, no parece que nada haya cambiado. ¿Y si tampoco hoy podemos salir de aquí?. Es la pregunta que, seguro, todos nos estamos haciendo. Llevo 2 días metido en el interior de la tienda y, no he echo otra cosa que pensar, pensar en mi gente. Mi familia y mis amigos me quieren, de éso no me cabe ninguna duda. Esta es la única cosa clara a la que llega mi mente una vez tras otra. Espero reencontrarme con vosotros. Este es el único deseo claro al que llego una vez tras otra.
Aunque con menos intensidad, el viento sigue con su delirante carrera hacia ninguna parte. No debe explicaciones a nadie, este es su lugar.
Las nubes perecen haberse retirado por unos instantes, así que, iniciamos el descenso. Dejamos a nuestro amigo coreano en el que ya es su hogar para siempre y 13 horas después, alcanzamos el C.B.
Me introduzco dentro de mi saco de plumas escuchando el silencio de la noche. No nieva y las telas de la tienda permanecen inmóviles. Me recreo con esta situación, con el silencio, con la tranquilidad de quien nada tiene ya que temer, con el oxígeno entrando a borbotones en mis pulmones. No me da tiempo para nada más. Caigo en brazos de Morfeo como un niño.
Ruta Manaslu