Category: Experiencias


Más cerca de casa

Tras cinco días de intensa y dura caminata, estamos en Suketar, en el helipuerto desde el que mañana despegará una avioneta rumbo a Katmandú. Bajar del Campo Base ha supuesto un esfuerzo enorme, con jornadas maratonianas de más de doce horas atravesando la selva virgen. El paisaje ha sido espectacular, pero hemos sufrido bastante. Después de tantos días en el Base, con todo lo que allí sucedió, nos ha costado, nos ha costado muchísimo…

La lluvia nos ha acompañado durante toda la travesía. Superado el ciclón de la semana anterior, tan sólo disfrutamos de un día de sol, el necesario para evacuar a nuestros cuatro compañeros. Desde entonces no ha hecho más que llover y llover sin parar, hasta que hoy el cielo se ha despertado con alguna nube, pero dejando ver el sol. Si se mantiene así, creo que mañana no tendremos problemas para volar.

Ayer fue increible el impacto que causamos a los habitantes de estas primeras aldeas. La verdad es que ni siquiera son aldeas, sino casitas de campo, esparcidas y totalmente aisladas. La gente que nos vio aparecer de lo alto, saliendo de la selva, nos miraba como si fuésemos espectros. Tan flacos, tan quemados, con nuestras barbas… Estaban alucinados y sorprendidos con nuestra aparición. Fue un momento muy bonito.

Ahora descansamos en una pequeña aldea, donde nos han acogido fenomenal. Ayer cenamos bien y hemos desayunado mejor. Hasta nos hemos echado las primeras cervezas, ¡qué placer! Atrás quedan los amargos momentos del Campo Base…

La bajada de Óscar desde el Campo III fue rapidísima. Óscar es un tipo especial para soportar situaciones tan extremas como las que vivió. Mandamos a un grupo de cuatro porteadores y dos de nuestros cocineros para ayudarle y abrirle huella, pero él ya estaba en el Campo I. Al Base llegó por sus propios medios bien entrada la noche, exhausto, pero con un aspecto inmejorable teniendo en cuenta lo sufrido.

Al día siguiente, hubo que ‘rearmarse’ otra vez con todo y comenzar a bajar. Invertimos unas nueve horas en atravesar el glaciar que se extiende a los pies del Kangchen, hasta llegar a Ramse, el primer lugar habitable (tiene una casita). A partir de ahí, los días fueron durísimos, un descenso largo, muy largo.

Tengo a Julen y Óscar a mi lado. Como yo, se encuentran cansados, molidos por completo; pero con la alegría de saber que pronto volveremos a estar con nuestra gente. Estamos muy contentos. Mañana llegaremos a Katmandú, poniendo punto final a nuestra expedición. Allí nos reencontraremos con Miguel, que aunque bajó del Kangchen algo “tocado” de salud, decidió no adelantar su avión y esperarnos.

Cada uno tenemos un vuelo diferente. He podido adelantar el mío un día para evitar esperas innecesarias en el aeropuerto, así que el viernes a la tarde espero estar pisando Bilbao. Estamos más cerca de casa.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, hoy a las 8h de la mañana, hora española)

Quiero empezar destacando que esta mañana han sido evacuados en helicóptero mis compañeros Koke Lasa, Juanjo Garra, Miguel Fernández y Alberto Zerain, algo que me alegra y me levanta el ánimo después de estos días tan difíciles, atrapados en el Campo Base.

Desde que el día 18 bajamos de la cumbre las cosas se torcieron. A dos miembros de la expedición, Fernández y Zerain, tras el esfuerzo de generosidad que hicieron al ir a buscar al equipo de Al Filo de lo Imposible, se les congelaron los pies y llegaron al Base a duras penas. Les hemos cuidado lo mejor que hemos podido, pero la preocupación se centraba en Koke Lasa, el compañero con el que ascendí el Kangchen. Koke sufrió un edema pulmonar por el esfuerzo de la cumbre, que se le desencadenó en el Campo Base.

Durante tres días le hemos estado metiendo en una cámara hiperbárica. Hemos sufrido unos momentos muy amargos, llamando a los helicópteros de rescate para que vinieran a buscarnos, pidiendo ayuda… Pero nadie venía a socorrernos. Lo cierto es que los últimos dos días era imposible, porque entró un ciclón por el Golfo de Bengala, que se quedó clavado en el Kangchenjunga. No podíamos salir de las tiendas, ni siquiera a la del compañero para ir a ayudarle, porque había vientos de 100 kilómetros por hora, con nieve racheada. Una tormenta que nos ha maltratado y sepultado bajo la nieve. Parece que el ciclón se ha desintegrado y ha mejorado el tiempo, pero nos hemos quedado con dos metros de nieve y las tiendas cubiertas, así que hemos tenido que cavar, cavar mucho para salir afuera.

Afortunadamente, el helicóptero ha llegado y se ha llevado a mis cuatro compañeros. El Campo Base está ahora mismo absolutamente desolado. Tan sólo quedamos Julen y yo, esperando a Óscar, el único miembro de la expedición que falta por bajar, ya que la tormenta le pilló en el Campo III y tuvo que quedarse allí. Óscar lo ha pasado también muy mal, a 7.200 metros, solo y escondido del temporal en su tienda. Pero hoy hemos hablado con él y tiene otra voz. Está mucho más animado y, a pesar de sentirse muy débil, se le nota mucho más sereno y tranquilo.

Un grupo de rescate formado por cuatro sherpas ha llegado con el helicóptero y ha comenzado a ascender para ayudar a Óscar en el descenso y llevarle oxígeno. Él está bien, bajando por sus propios medios, pero va a encontrarse una zona peligrosa, con mucha nieve acumulada, que tienen que abrir los porteadores desde abajo. A este grupo, se les han unido dos cocineros que teníamos en el Campo Base. No son sherpas de altura, pero sí gente con una fortaleza física increible y que conoce muy bien el camino. Ellos dos guiarán e indicarán al grupo la vía a seguir porque ahora mismo no hay ni ruta, ni cuerdas ni nada. El ciclón arrasó con todo a su paso. De todas formas, seis personas es una ayuda importante y, viendo que ascienden a buen ritmo, que son personas muy bien aclimatadas y que el tiempo ha mejorado, creo que hoy mismo se encontrarán con Óscar y mañana a más tardar, espero que volvamos a estar los tres juntos en el Campo Base.

Lo siguiente, no sé qué será. Lo ideal sería que aprovechando la movilización del helicóptero de rescate nos sacaran a los tres de aquí; pero después de la experiencia que hemos vivido con los helicópteros no me atrevo a asegurarlo. De no ser así, no quedará más remedio que salir del Base andando.

Yo me encuentro físicamente muy desgastado. Llevo días trajinando por el Campo Base, ayudando a mis compañeros, y me he quedado muy debilitado. Las sesiones de cama hiperbárica de Koke suponían un desgaste y un esfuerzo brutal, porque se trata de meter presión para “bajarle” de los 5.500 metros a los 3.500, y eso a estas alturas y después de haber subido es muy duro. Además, como era el que mejor me encontraba, he tenido que tirar del grupo, tomar las riendas y estar atento a sus necesidades. Ellos poco podían hacer con sus  congelaciones salvo aguantar.

Pero una por una, hoy es día de buenas noticias: Óscar ya baja y mis cuatro compañeros deben de estar en Katmandú, respirando oxígeno, sobre todo Koke, y encontrándose mucho mejor. Eso nos alegra; me siento  mucho más tranquilo.

(Esta información ha sido redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, esta mañana a las 10.30h, hora española)

El Kangchen ha puesto a cada cuál en su sitio, sin aspavientos, con toda la fría contundencia de la que sólo son capaces montañas como ésta. Porque el Kangchen es diferente a cualquier otra montaña del mundo. Eso es algo en lo que todos los alpinistas que aquí nos encontramos nos hemos puesto de acuerdo. Es implacable, fría, dura y sobre todo larga, muy larga.

He llegado al punto más alto alcanzado en el año 2007. El sol no hace mucho que acaricia levemente mi gélida fisonomía. Las horas de ascensión nocturna no han minado un ápice mis ganas de alcanzar esta preciada cumbre. Reconozco inmediatamente el lugar del vivac de hace dos años, y las escenas de despedida de Iñigo en ese mismo punto vienen a mi cabeza como un latigazo. Siento el grito de aliento de Iñigo que me invita a seguir. ¿Qué motivo si no me impulsa a soportar este sufrimiento? Dejo atrás ese lugar, que para mí ya es sagrado y entro en terreno desconocido.

La vía de la derecha no pierde inclinación respecto al corredor principal; es más, se acentúa, exigiendo un esfuerzo extra con el que no contaba. Tras una fuerte pendiente de nieve llegan las complicaciones serias del tramo que queda hasta la cumbre. Mucho tramo mixto que exige un buen equilibrio, tanto físico como mental. El frío sigue siendo intenso y la cumbre sigue ocultándose tras sucesivos resaltes que cuestan una eternidad superar. Esta es una cumbre para pacientes, está claro. Sólo el Yalung Kang parece apiadarse de mi esfuerzo y me deja ver mi progresión.

Supero la altitud del collado, 8.350 metros, y el Tíbet aparece ante mí, luminoso, con su fisonomía tan peculiar. La arista del Yalung se me muestra en toda su extensión, animándome en mi peculiar peregrinaje. Pero mis fuerzas están llegando al límite. No hay un ritmo de ascensión; simplemente doy un paso cuando mis agostados pulmones me lo permiten.

Hace tiempo que ya no presto atención al frío de mis pies; creo que lo peor ya ha pasado. Mi organismo responde perfectamente a cuantos chequeos le hago y esto me tranquiliza. Tras unas cuantas rocas, una pirámide de nieve me observa desde arriba. ¿Seré capaz de llegar hasta allí? Me hago esta pregunta incluso en voz alta.

Veo cómo lo alcanza Juanjo Garra y parte del grupo de Al Filo. Agacho la cabeza y continúo con mi sufrimiento, viendo en mi mente las caras de mis amigos, de mi familia apostando por mí, sintiendo orgullo de mí. Es una nueva inyección de oxígeno y alcanzo esa preciada pirámide de nieve. La bordeo por la derecha y una gran oquedad en una enorme roca me ofrece un singular lugar de descanso.

Aprovecho el lugar que me brinda el Kangchen y me siento a descansar. Siento en mi cerebro la hipoxia que me invita una y otra vez a quedarme dormido, esa trampa tan peligrosa que tiende la altitud a quien osa jugar con ella. Me mantengo despierto, alerta, consciente de lo que me juego.

Contemplo absorto la vertical belleza de la cara Norte del Yalung y aparece Koke Lasa respirando furioso cada gramo de oxígeno. Tras unas escuetas y breves palabras de ánimo, avanzo por la arista que da salida a este estratégico refugio y ante mí aparece un desordenado y caótico campo de rocas que sin orden ni concierto culminan en una gran roca trapezoidal que, orgullosa, se erige en lo que parece ser la cumbre.

Vuelvo mi mirada hacia el Yalung Kang, como pidiendo conformidad. No sé, me fío más de él; ver su cumbre prácticamente a mi altura me anima a seguir. Dos miembros del Al Filo están llegando a la cima. El resto, desperdigado por el caótico mar de rocas, se busca su propio trazado para alcanzar la cumbre. Koke y yo observamos el panorama desordenado. Son las 15h de la tarde, llevo ascendiendo unas 14 horas y me quedan 100 o 150 metros. “¿Qué te parece, Iñigo? ¿Lo damos por bueno?”. Una vez más siento su sonrisa de satisfacción. “Cómo no”. Calculo el resultado de forzar mi pequeña maquinita hasta la cumbre y me veo regresando de noche. No, ya lo hice hace dos años y el Kangchen me permitió salir con vida. No quiero volver a vivir aquella situación.

Koke y yo iniciamos el descenso. A las siete de la tarde soy recibido en el Campo IV por Miguel y Alberto con unos abrazos que a punto están de romper mis leves costillas. Ya es de noche y hay preocupación; mucha preocupación por quienes la punta de aquella roca ha sido irrenunciable.

 Una llamada desde arriba alerta sobre una situación extrema entre alguno de los miembros de Al Filo que han arriesgado hasta el límite. Miguel, Alberto y un sherpa, cargados con líquido caliente y oxígeno, inician una ascensión en medio de la gélida noche para prestar su ayuda. El desgaste físico y el esfuerzo económico que han empleado mis dos compañeros en llegar hasta aquí son despreciados de inmediato en un gran gesto de generosidad. Ascienden hasta 8.000 metros y allí, prestan su ayuda a un grupo de personas que desciende tanteando en la oscuridad, como fantasmas en la noche.

C.II a 6700m. Nuestra tienda es la de la izda.

C.II a 6700m. Nuestra tienda es la de la izda.

Desde que el día 7 dejáramos montado el C.III a 7200m de altitud y regresáramos al Base, el tiempo (climatológico) no ha dejado de darnos muestras de su potencial. Parece como si jugara con nuestra paciencia y con  nuestro ánimo. Nieva casi continuamente. A veces nos deja entrever, entre las nubes, la pirámide rocosa de la cumbre, espolvoreada por la nieve recién caída, como en un guiño para que no desesperemos, para que sigamos aquí, sumisos a sus caprichos, porque puede que, un día de estos, nos deje acercarnos a esa cumbre que tanto deseamos.

 

 

Como digo, está jugando con  nosotros. Intento comprenderlo; el Kangchenjunga y el gran Dios que habita en sus cinco cumbres nos observan desde su privilegiado trono, y me los imagino partiéndose de risa al vernos hacer nuestras cábalas, circunspectos nosotros: “ Mañana C.II, el otro C.III, otro más y C.IV, al otro puede que cima…”. Se nos ríen, lo sé pero, es posible que en un momento de condescendencia dejen que alguno de los que pululamos a sus pies maldiciendo tanto día de mal tiempo, pongamos en la balanza aquello que hemos venido a ofrecer de nosotros mismos, y ¡quién sabe!, sea suficiente como para dejarnos acercar nuestros agostados pulmones y ofrecer nuestros últimos y temblorosos pasos en esa cima jamás hollada.

 

Yo, sinceramente, espero estar allí cuando ese bravucón y malhumorado Dios Indú pide credenciales a puertas de esa gran cumbre. Espero estar allí por mí, por Iñigo, por la gente que me apoya, porque por eso estoy aquí mirando todos los días ese lugar donde descansa mi amigo, incapaz de ir hasta allí porque la naturaleza me ha impuesto demasiadas limitaciones como para hacerlo; uno de los grandes atractivos del alpinismo. Y si no puedo hacerlo, volveré a casa y me abrazaré a mi gente. ¡Qué gran recompensa!

(Email de Patxi Goñi recibido en la Oficina de Pamplona 2016, hoy a las 2:24h de la madrugada, hora española)

Ya lo sabía, no, mejor dicho, lo intuía. Me refiero a cómo el alpinismo de antaño, el que mamé de niño en libros de Gastón Rebufat o Chris Bonnington, se desmorona ante nosotros, sin poder sustraerse a una sociedad que, incapaz de sacar lo mejor de nosotros mismos, sólo nos cultiva, como en la fantasiosa película de Matrix.

Oscar, Julen y yo, integrados en un grupo de magníficos alpinistas que nos comprenden y apoyan, nos hemos acercado a esta montaña movidos por el magnífico reto que significa ascender al Kangchenjunga y, “sobre todo”, rendir el homenaje que Iñigo se merece.

Pero tarde o temprano tenía que suceder. Durante muchos años nos hemos mantenido al margen del  movimiento mercantilista que ahora pulula por entre estas colosales montañas. No sé si tendré la suficiente capacidad para expresar lo que quiero comunicaros, pero lo intentaré.

Cuando todo parece estar listo para el asalto definitivo a esta interminable montaña, me encuentro con que expediciones que ganan cantidades de dinero desconocidas para mí sólo por el hecho de estar aquí, me piden dinero porque alguien que ha llegado aquí antes que yo ha colocado cantidades desmesuradas de cuerda a lo largo de la montaña. Mis compañeros y yo escalamos bajo otra estrategia, otro estilo, otra filosofía que, parecen chocar radicalmente con los que “amistosamente” me piden dinero.

A pesar de lo mucho que sufrimos, echo de menos aquella solitaria montaña que cinco amigos encontramos hace dos años. Echo de menos sus desnudas paredes de hielo. Echo de menos el estilo libre y humilde con el que nos enfrentamos a aquella ascensión que, ahora se me antoja descomunal por su compromiso y dificultad.

Por el bien de convivencia entre los grupos de personas que aquí nos encontramos, pagaré. Eso sí, utilizando el menor número de metros de cuerda posible. No por soberbia, no; sino por estilo, por coherencia, por una manera de hacer montaña ya en desuso… Porque me gusta escalar montañas, no esclavizarlas.

Hoy hace justo un mes que salí de casa con el ánimo y la determinación de ver cumplido uno de esos sueños con los que alimentamos nuestra siempre descuidada alma los montañeros.

A pesar de la gran distancia (geográfica) y el aislamiento, tengo noticias de que muchas personas, no sé el número exacto ni quiero saberlo, estáis dejando mensajes de apoyo en el blog de la expedición hacia mi persona. A algunos de vosotros ya os conozco: sois miembros de mi familia y amigos. A otros no tengo el gusto de conoceros. Lo que sí os puedo asegurar a todos es que, aquí, donde el planeta parece poner su fin, donde no hay más vida que la que un montañero le imprime al extremo paisaje, siento una gran emoción, contenida para poder escribir estas líneas, pero que luego, en la intimidad de la pequeña casita que es mi tienda del Campo Base, no contendré y dejaré que fluya tal cúal es.

Espero saber corresponder a esos mensajes de ánimo que tanto me ayudan a seguir subiendo un poquito más cada día, hasta poder alcanzar esa cumbre barrida incesantemente por los vientos del Tíbet.

Si lo consigo, parte del escaso oxígeno con el que cuento para esta empresa me habrá llegado de vosotros. No es retórica, es la pura realidad con la que un alpinista se encuentra de bruces cuando se eleva por estas montañas. Cuando todo parece extinguido en tu interior, la fuerza que te impulsa para seguir un paso más, un paso más… viene de la gente que amas. Eso es así y punto.

(Email de Patxi Goñi recibido hoy a las 9h, hora española, en la Oficina de Pamplona 2016)

Al rebuscar en mi interior para averiguar las razones que me han traído aquí de nuevo, no puedo ocultar un extraño sentimiento de contradicción. Quisiera también ser frío y racional en mis manifestaciones pero, ¿qué quieren que les diga? No soy político, ni corredor de bolsa, ni empresario… No, soy simple y llanamente montañero; y cada vez que me acerco a una de estas colosales montañas me reafirmo más y más en ello.

Así que no sujetaré más las palabras que acuden a mi cabeza, porque aquí sólo estamos el Kangchenjunga y yo, y sólo cuento con el ánimo y apoyo de un reducido grupo de amigos, alguno de los cuales acabo de conocer, pero que ya me han dado muestras de su calidad y valía humana. Espero estar a su lado cuando el Kangchen concluya por arriba, cuando ya no quede un sólo paso más por ascender.

Ascendiendo al Campo II

Ascendiendo al Campo II

Después de dos ajetreados días en el C.B. acondicionando todo lo necesario para hacer de este un lugar habitable, ya estamos en disposición de acercarnos a la pared que inicia la gran ruta de ascenso.

Me resulta un arduo trabajo referir las innumerables diferencias que aprecio entre la expedición que viví hace dos años y la que ahora comienzo a disfrutar, así que sólo puedo decir que son dos expediciones completamente diferentes, como si de montañas diferentes se tratara.

Demasiada gente, demasiada cuerda, demasiados intereses flotando en el ambiente. No sólo me va a requerir un gran esfuerzo escalar esta interminable montaña sino, mantenerme al margen de tanto elemento «extra alpino», por llamarlo de alguna manera.

La escasez de expediciones con las que compartir el gran trabajo que nos requirió el Kangchen en 2007 nos privó de conseguir la cumbre. Ahora, la gran cantidad de gente en ruta, enmarañándolo todo con interminables líneas de cuerda fija, puede que nos ayude a conseguir la cima pero, sería una forma de conseguirla nada acorde con la filosofía que me ha acompañado desde niño a la hora de ascender montañas, aunque estas sean las más altas de la tierra.

Sin embargo, sí que hay algo en esta expedición que, afortunadamente, se parece a mi primer intento: la calidad humana del grupo que nos hemos dado cita al pie del Kangchen. Gente de los más diversos lugares y, seguro, ideologías, estamos unidos bajo el amparo de los Dioses que moran en el Kanchen. No creo que ninguna otra cosa en este mundo sea capaz de conseguir algo así.

Montando el Campo II, a 6.700 metros.

Montando el Campo II, a 6.700 metros.

Día 29:

La montaña está bastante cambiada tras una seca estación invernal. Sin embargo, el paisaje desde los 6.700m del C.II es exactamente el mismo, calcado del que disfrutaron mis ojos en el 2007. Es más, se diría que sigo inmerso en aquella expedición si no fuera porque, al mirar a mis compañeros, veo a Koke en vez de a Oscar, a Juanjo en vez de a Julen… y un gran vacío en vez de a Iñigo.

Mis dos compañeros y yo hemos salido del C.I y, tras atravesar la lengua glaciar que desciende de la gran cascada de hielo, hemos trepado por ella como gatos (por algo hay un Lumbierino en el grupo) y en 4h 15´ nos hemos encaramado encima de uno de los cientos de Seraks que la adornan.

Comer poco, beber un poco más (nunca lo suficiente) y, después de descansar un poco, pues eso, ¡a cavar! Nos vamos relevando los tres con las palas y tras más de una hora de jadeante trabajo, ya tenemos plantada nuestra tienda V.25. “El campo II ya está montado”.

Satisfechos, nos deleitamos juntos, sin decir palabra alguna, del paisaje único que se extiende ante nuestros turbios ojos, como si parte de él nos perteneciera por el simple hecho de estar aquí. Estoy seguro de que es así. Quien sea capaz de llegar hasta aquí, derramando el suficiente sufrimiento como para estar satisfecho consigo mismo, tiene derecho a un trocito de esta inhóspita tierra.

El anochecer viene cargado de viento, como casi siempre, pero cuando todo queda sumido en la oscuridad, la calma lo acaba invadiendo todo, como preparado para que cada uno de nosotros reflexione internamente sobre la eterna pregunta que siempre nos hacen y os hacemos: ¿porqué estoy aquí?

Pero no hay tiempo para ello. Hay que beber, y mucho, y para ello no hay más remedio que deshacer continuamente nieve, en un ritual que se nos antoja agotador por lo repetitivo, pero que es la clave para poder seguir progresando en estas altitudes.

Nos despertamos, hace mucho frío. Comentamos cómo nos ha ido la noche. Parece que nuestro organismo comienza a asimilar en serio la altitud. No hay problemas de dolor de cabeza y todos nuestros órganos parecen estar en el mismo sitio (aunque alguno más olvidado que otro). Así que, tras recomponer por enésima vez las mochilas, iniciamos un rápido descenso al Base cuando el sol todavía se resiste a calentarnos.

Un corto descanso en el C.I. y nos tiramos en picado al Base cuando el sol ya nos comienza  abrasar. ¡Qué le vamos a hacer!, aquí todo es exagerado: la altitud, el frío, el calor… El sufrimiento. Todo parece estar diseñado para quienes desean vivir momentos únicos, acontecimientos que queden grabados de manera indeleble en la memoria.

Te he visto de nuevo, al doblar la curva de Ramtse hacia Oktang; y creo que me has reconocido…¡no!, estoy completamente seguro. Y lo sé porque nadie que se haya dejado una parte importante de su vida desparramada por tus interminables pendientes de nieve, puede pasar desapercibido a tus ojos, a los ojos de esas cinco brillantes puntas de roca y hielo.

La relación que mantengo con esta colosal montaña es tremendamente paradójica. Por un lado, la experiencia que aquí viví hace dos años en compañía de cuatro amigos me llenó casi por completo, tanto humana como alpinísticamente. Por otro, el vacío que quedó dentro de mí al volver la espalda a la montaña e iniciar el descenso del C.B. no lo he podido llenar todavía, es más, jamás lo haré. Cómo hacerlo cuando a tus espaldas se ha quedado un amigo, atrapado bajo un perpetuo sudario de hielo, a casi 8.000m de altitud.

Al igual que el Kangchen, sé que Iñigo me ha visto llegar. Lo he sentido cuando al fijar mi vista sobre aquel altivo campo de hielo donde descansa, una cascada de incontroladas emociones han acudido a mí. Pero ahora no las quiero controlar, no, quiero emocionarme con su recuerdo, con lo mucho que pasamos juntos en esta montaña interminable.

Sé que habrá días muy difíciles para mí en esta expedición, lo sé desde el momento en que pisé Ramtse. Pero también sé que estoy en el lugar en el que debo estar. Un lugar estéril y mineral sólo en apariencia, porque allá arriba, a casi 8000m, Iñigo me está esperando. Espero tener la suficiente fuerza para llegar hasta allí, coger su relevo y alcanzar esa cumbre que tanto nos dio y tanto nos quitó.