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EL SHERAK DEL CAMPO UNO

Uno va cumpliendo años (afortunadamente), y poco a poco va llenando la mochila con el nombre de montañas ascendidas y de otras que se quedaron sin ascender. Lo cierto es que siempre he tenido la costumbre de ir al monte con generosa mochila. No se sabe con cuanto la tendrás que llenar al final de cada expedición así que, opto por la máxima de “más vale que sobre que no que falte”. Las dimensiones de mis mochilas han ido siempre en consonancia con el bagaje del que las he llenado expedición tras expedición. Kilos y kilos de imágenes, sonidos, aromas, sensaciones y sentimientos son el equipaje con el que vuelvo siempre a casa, y si además de todo esto hay una foto de cumbre, pues eso, miel sobre hojuelas. Tengo la suerte de haber conocido muchas montañas con pasajes que, aun hoy, me siguen poniendo los pelos de punta al recordarlos. De todas esas joyas para recuerdo que abarrotan mi cabeza, voy a destacar “la escalada del Sherak del C.I” del Kangchenjunga. Pocos “Campo Uno” tienen la elegancia que posee el del Kangchen. Apenas te elevan 700m de desnivel desde el C.B. pero, cuando llega el momento de encaramarte en la cima de este gran Sherak, te llegas a sentir como uno de los buenos…, alpinistas me refiero. Y como, aunque parezca mentira, todo en estas montañas está regido por un incuestionable equilibrio, esta joya de hielo solo podía pertenecer al Kangchenjunga; la montaña más espectacular del mundo.

Pincha en el siguiente enlace y escala conmigo el gran Sherak:

 http://www.youtube.com/watch?v=JYPrXBZT3mg

Patxi

Sherak del C -

Salida del Sherak hacia el C.I

     

El Kangchen ha puesto a cada cuál en su sitio, sin aspavientos, con toda la fría contundencia de la que sólo son capaces montañas como ésta. Porque el Kangchen es diferente a cualquier otra montaña del mundo. Eso es algo en lo que todos los alpinistas que aquí nos encontramos nos hemos puesto de acuerdo. Es implacable, fría, dura y sobre todo larga, muy larga.

He llegado al punto más alto alcanzado en el año 2007. El sol no hace mucho que acaricia levemente mi gélida fisonomía. Las horas de ascensión nocturna no han minado un ápice mis ganas de alcanzar esta preciada cumbre. Reconozco inmediatamente el lugar del vivac de hace dos años, y las escenas de despedida de Iñigo en ese mismo punto vienen a mi cabeza como un latigazo. Siento el grito de aliento de Iñigo que me invita a seguir. ¿Qué motivo si no me impulsa a soportar este sufrimiento? Dejo atrás ese lugar, que para mí ya es sagrado y entro en terreno desconocido.

La vía de la derecha no pierde inclinación respecto al corredor principal; es más, se acentúa, exigiendo un esfuerzo extra con el que no contaba. Tras una fuerte pendiente de nieve llegan las complicaciones serias del tramo que queda hasta la cumbre. Mucho tramo mixto que exige un buen equilibrio, tanto físico como mental. El frío sigue siendo intenso y la cumbre sigue ocultándose tras sucesivos resaltes que cuestan una eternidad superar. Esta es una cumbre para pacientes, está claro. Sólo el Yalung Kang parece apiadarse de mi esfuerzo y me deja ver mi progresión.

Supero la altitud del collado, 8.350 metros, y el Tíbet aparece ante mí, luminoso, con su fisonomía tan peculiar. La arista del Yalung se me muestra en toda su extensión, animándome en mi peculiar peregrinaje. Pero mis fuerzas están llegando al límite. No hay un ritmo de ascensión; simplemente doy un paso cuando mis agostados pulmones me lo permiten.

Hace tiempo que ya no presto atención al frío de mis pies; creo que lo peor ya ha pasado. Mi organismo responde perfectamente a cuantos chequeos le hago y esto me tranquiliza. Tras unas cuantas rocas, una pirámide de nieve me observa desde arriba. ¿Seré capaz de llegar hasta allí? Me hago esta pregunta incluso en voz alta.

Veo cómo lo alcanza Juanjo Garra y parte del grupo de Al Filo. Agacho la cabeza y continúo con mi sufrimiento, viendo en mi mente las caras de mis amigos, de mi familia apostando por mí, sintiendo orgullo de mí. Es una nueva inyección de oxígeno y alcanzo esa preciada pirámide de nieve. La bordeo por la derecha y una gran oquedad en una enorme roca me ofrece un singular lugar de descanso.

Aprovecho el lugar que me brinda el Kangchen y me siento a descansar. Siento en mi cerebro la hipoxia que me invita una y otra vez a quedarme dormido, esa trampa tan peligrosa que tiende la altitud a quien osa jugar con ella. Me mantengo despierto, alerta, consciente de lo que me juego.

Contemplo absorto la vertical belleza de la cara Norte del Yalung y aparece Koke Lasa respirando furioso cada gramo de oxígeno. Tras unas escuetas y breves palabras de ánimo, avanzo por la arista que da salida a este estratégico refugio y ante mí aparece un desordenado y caótico campo de rocas que sin orden ni concierto culminan en una gran roca trapezoidal que, orgullosa, se erige en lo que parece ser la cumbre.

Vuelvo mi mirada hacia el Yalung Kang, como pidiendo conformidad. No sé, me fío más de él; ver su cumbre prácticamente a mi altura me anima a seguir. Dos miembros del Al Filo están llegando a la cima. El resto, desperdigado por el caótico mar de rocas, se busca su propio trazado para alcanzar la cumbre. Koke y yo observamos el panorama desordenado. Son las 15h de la tarde, llevo ascendiendo unas 14 horas y me quedan 100 o 150 metros. “¿Qué te parece, Iñigo? ¿Lo damos por bueno?”. Una vez más siento su sonrisa de satisfacción. “Cómo no”. Calculo el resultado de forzar mi pequeña maquinita hasta la cumbre y me veo regresando de noche. No, ya lo hice hace dos años y el Kangchen me permitió salir con vida. No quiero volver a vivir aquella situación.

Koke y yo iniciamos el descenso. A las siete de la tarde soy recibido en el Campo IV por Miguel y Alberto con unos abrazos que a punto están de romper mis leves costillas. Ya es de noche y hay preocupación; mucha preocupación por quienes la punta de aquella roca ha sido irrenunciable.

 Una llamada desde arriba alerta sobre una situación extrema entre alguno de los miembros de Al Filo que han arriesgado hasta el límite. Miguel, Alberto y un sherpa, cargados con líquido caliente y oxígeno, inician una ascensión en medio de la gélida noche para prestar su ayuda. El desgaste físico y el esfuerzo económico que han empleado mis dos compañeros en llegar hasta aquí son despreciados de inmediato en un gran gesto de generosidad. Ascienden hasta 8.000 metros y allí, prestan su ayuda a un grupo de personas que desciende tanteando en la oscuridad, como fantasmas en la noche.

Vista desde el Campo IV hacia la India

Vista desde el Campo IV hacia la India

Tras enfrentarnos a esta montaña sin tregua, para mí la más dura del mundo, desde ayer descansamos en el Campo Base. Es una alegría y una satisfacción enorme el haber vivido lo vivido, el haber sentido tantas emociones allá arriba, en lo alto del Kangchen. Me encuentro muy bien, cansado, pero muy contento.

 

La bajada fue muy dura. Alberto y Miguel salieron a buscar a Edurne Pasaban desde el Campo IV para tratar de ayudarla. Descendía con verdadera dificultad, pero afortunadamente ella y todo su equipo lograron alcanzar ayer el Campo Base y esta misma mañana, Alex Txicón y Pasaban han sido evacuados en helicóptero para ser inmediatamente llevados a Katmandú y agilizar su traslado a España.

 

Julen y Oscar están tratando de alcanzar hoy la cumbre, aunque todavía es pronto para tener noticias de si lo han logrado o no. Mientras tanto, el resto del equipo descansamos, del cansancio físico y de tanta intensidad emocional. La aventura, el regalo de estar entre las paredes de esta colosal montaña está llegando a su fin, aunque aún queda el descenso a Katmandú. Me gustaría realizarlo a pie, así que descansaremos lo suficiente para afrontar la marcha de cinco o seis días que nos separa de la ciudad.

 

Es difícil explicar qué supone estar a esas alturas, cuando avanzas hacia la cumbre. Cada paso es un dolor. Pero todo el apoyo que he sentido, que he recibido a través de vuestros mensajes, me han dado fuerza. Una vez más, muchísimas gracias.

 

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, esta mañana a las 8.50h, hora española, 12.50h en Nepal)

Tras una larga y dura ascensión de más de ocho horas, nos encontramos a 7.800 metros, a punto de tocar el cielo. Hace apenas una hora, hemos alcanzado el Campo IV y ya hemos instalado la tienda en la que ahora me encuentro, refugiado del fuerte viento que nos ha obligado a retrasar un día el ataque a cumbre.

Como la nuestra, la expedición coreana y la de Al Filo de lo Imposible (no así la de la italiana Nieves Meroi, que se ha retirado) esperan en este Campo IV a que las previsiones meteorológicas, que vaticinan buen tiempo para mañana, se cumplan.

Comparto cansancio y tienda con Juanjo Garra, Miguel Fernández y Koke Lasa, mientras que en la tienda contigua se encuentran Alberto Zerain y Kinga Baranowska. Se nos ha hecho durísimo llegar hasta aquí, sobre todo por el gran peso con el que cargábamos, pero nos sentimos muy bien de ánimo.

Mañana a estas horas, quizá hayamos descubierto esos “cinco tesoros” con los que tantas veces hemos soñado.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, a las 16h de esta tarde)

De nuevo en el Campo Base, se agradece el descanso y la ausencia de ese viento que a 7.200 metros nos amenazaba con llevarse por delante nuestra tienda de campaña. Hemos pasado muchísimo frío durante las dos noches en el Campo III, pero estamos contentos con lo que llevamos de ascensión.

Ayer alcanzamos un punto de altura de 7.400m, dando por finalizada nuestra aclimatación. Nos encontramos bien, con mucha fuerza, así que el factor que ahora mismo más problemas puede ocasionarnos es el del tiempo, ese tiempo caprichoso e impredecible que dicta cuándo se puede o cuándo no se puede continuar.

Los próximos dos o tres días los pasaremos aquí. Hay que recuperar energía antes de volver a subir, esta vez hasta los 8.586m del Kangchen. De camino, dormiremos en el Campo II una noche, otra en el Campo III y, tras montar el Campo IV, esperaremos el momento propicio para el ataque final.

Nos llegan noticias de que la coreana de la que os hablé hizo cima ayer a las 17.30h de la tarde. Se siente feliz. Si todo va bien, nosotros hollaremos la cumbre el próximo 16 o 17. Ya queda menos.

(Información redactada a partir de una llamada de Patxi Goñi a la Oficina de Pamplona 2016, a las 12.15h de esta mañana)

Con Oscar Cadiach en el Campo I

Con Oscar Cadiach, en el Campo I

Hemos pasado la primera noche en el Campo 1, terraza desde  donde la belleza del glaciar Yalung no nos deja insensibles a Oriol, Koke y a mí mismo. El frío arrecia, la noche nos ocupa a las 7, la llamada al descanso se acerca. Las 7 del día que esperamos inicia las doce horas de luz que a 6.200 metros nos esperan. Bajamos y subimos. Esta mañana hemos bajado de nuevo al Campo Base para despedirnos definitivamente y en un par de días, empezar desde el C1 la aproximación hacia el C2.

Mientras bajábamos al Campo Base nos hemos «cruzado» con el resto de la expedición que ascendían al C1. Los porteadores se han ido después de un trabajo impagable y de una entrega incalificable. El cocinero y un par de ayudantes permanecen para prepararnos la comida a base de verduras, pasta y carne excelente (yak o vaca).

El clima nos está ayudando muchísimo, todos los días amanece con un sol espléndido y calor. Ayer empezamos a ascender al C1 a la una del mediodía sorteando la temperatura. Y este tiempo tan bueno y seco ha debido ser la tónica este invierno porque la montaña está diferente, muy diferente a como la encontramos en 2007. Mucha menos nieve y unas grietas inmensas en la montaña, inimaginables. Esto en principio facilitará la ascensión.

También facilita, y mucho, las cuatro expediciones que estamos en la misma aventura, desde las vías que están más transitadas y las cuerdas echadas, hasta la compañía del té en común, que no es como un «pote en cuadrilla», pero que a estas alturas vale su peso en altura. Juanito, de Al Filo de lo Imposible, nos visitó anteayer a la tomada del té. Les debemos una visita.

La altura afecta, y afecta mucho: al tono de la voz, al sueño,  a la capacidad y velocidad de razonamiento… Por ello, la aclimatación va mucho más allá de lo meramente físico.

No quiero despedirme sin agradecer a todos los que estáis siguiéndome con atención y, sobre todo, con cariño. No os podéis imaginar lo que ayuda  a subir las «cuesticas».

(Esta información ha sido redactada a partir de una llamada telefónica realizada hoy a la Oficina de Pamplona 2016 por el propio Patxi Goñi)

 

El Kangchenjunga, impresionante, anocheciendo

El Kangchenjunga, impresionante, anocheciendo

 

El Campo Base presenta un aspecto muy diferente al de 2007, cuando nos encontrábamos solos a los pies del Kangchenjunga. Ahora somos muchos más: una expedición coreana, otra americana, la española de Al filo de lo Imposible y la nuestra trabajamos para ultimar los detalles de las respectivas ascensiones. También el Kangchen parece otro, más seco; algo que nos va a favorecer. 

 

Me encuentro muy bien, también mis compañeros. La lluvia ha dado una tregua y por fin disfrutamos de algo de sol, aunque ahora es el viento el que sopla con ferocidad a 5.500 metros de altura. Los pocos porteadores de que disponemos siguen yendo y viniendo, del glaciar hasta el Campo Base, para lograr traer el material. Son 400 metros de desnivel, un gran esfuerzo; así que aún habrá que esperar cuatro o cinco días hasta tenerlo todo.

 

El siguiente objetivo es ascender hasta el Campo I, a 6.200 metros, aunque sin hacer noche allí, bajando nuevamente al Campo Base. Hay que aclimatarse poco a poco y, de paso, ir trasladando algo de material.

 

Ya hemos celebrado la puya, la ofrenda a los dioses, moradores de las montañas, que se realiza antes de comenzar la escalada para obtener su bendición. Tengo tantos sentimientos y sensaciones, que me resulta difícil de explicarlo, difícil de asimilar.