Estoy en el C.B. oyendo una buena selección de canciones de Sabina. Son las 4 de la tarde y enormes cumulo-limbos ascienden empujados por las corrientes térmicas desde el fondo del valle de Sama. Sus dimensiones son enormes, de varios kilómetros de altitud y han acabado por ocultar las montañas circundantes…pero al Manaslu no, la gran montaña se mantiene despejada.

Sus glaciares destellan incansables en mil y un reflejos que, en estas horas vespertinas, iluminan el Campo Base con unas tonalidades difíciles de explicar…Porque aquí todo se ha vuelto inexplicable:
Por qué una persona (más bien cientos) es capaz de pagar 22000 € para que un porteador sherpa le arrastre montaña arriba, a él y a sus enseres, con el único propósito de conseguir una foto de la cumbre???

Estoy seguro que quienes hacen esto, sufren como todos, de la dureza de una montaña tan dura y exigente como ésta pero, eso…que no logro entenderlo.

Sabíamos de la masificación que atesta en los últimos años a esta solitaria montaña del Nepal, y aun así, aceptamos el reto.

“No será para tanto”, intentábamos autoconvencernos Barraca y quien esto escribe y, a pesar del gran impacto que supuso arribar a este Campo Base, hicimos de tripas corazón y continuamos con la inicial idea de ascender a este morlaco del Himalaya Nepalí.

Jamás creí que mis ojos llegaran a ver el espectáculo que teníamos reservado:

Llegamos al C.I (5800m) al punto de la mañana (somos de los pocos a los que todavía gusta madrugar) y un tapiz multicolor inunda la planicie que corona el pequeño pico sobre el que se coloca el C.I.
A eso de la media tarde comienza el gran espectáculo del Manaslu:
Interminables riadas de sherpas, acompañando a sus clientes, comienzan a llegar y a ocupar los escasos huecos que todavía quedan entre tienda y tienda.

Los sherpas, ya no son porteadores de altura, son auténticas mulas de carga. De los costados de sus enormes mochilas asoman, sin ningún rubor, bombonas de oxígeno, tiendas de campaña enrolladas y colchones cuyo grosor se me antoja de una obscenidad alarmante. Todo es poco para conseguir la total comodidad de quien ha pagado para ello.
Sin saber muy bien cómo, cientos (y cuando digo cientos, me refiero a cientos) de personas atestan este campamento de altura del Manaslu.

A Barraca y a quien esto escribe, se nos empiezan a calentar los cascos. No hay manera de inhibirse de semejante atentado al buen gusto.

El gran problema que altera nuestro ánimo, no es tanto la masificación, que también, cuanto la actitud de nuestros vecinos.
Se han trasladado las comodidades, y lo que es peor, la mentalidad de las ciudades a estos, otrora aislados y solitarios, rincones del Himalaya.
Se han formado calles (seguro que alguna ya tendrá nombre a estas alturas) en la nieve, que separan los diferentes “barrios” de esta mini-ciudad de altura. Incluso hay barrios reservados desde comienzos de septiembre. No es broma. Se han establecido cercados de cuerdas y cañas de Bambú para que nadie coloque allí su tienda.
Han plantado al lado de nuestra pequeña tienda, otra de enormes dimensiones que casi deja en ridículo a las grandes tiendas comedor de C.B.
Escenas a cual más surrealista se van sucediendo ante nuestros atónitos ojos. Se podría decir, sin ningún miedo a errar, que estamos fuera de juego.

A las cuatro de la tarde, cuando el Sol comienza su diario viaje hacia el ocaso, un enorme bulto en movimiento llama poderosamente mi atención:
Un sherpa, con su sobredimensionada carga a la espalda, empuja en su lento avance a su clienta que, vestida de ciudad, apenas tiene reservas para poder llegar a la seguridad de su tienda, previamente instalada.
Su atuendo no puede ser más apropiado: un abrigo tres-cuartos, como el que pueda vestir cualquier señora del mundo en cualquier ciudad del mundo. Eso sí, con la capucha perfectamente calada. No todo iba a ser tan delirante.

No estamos hechos para esto.

Miro hacia la ruta que discurre entre los Campos I y II y la desmoralización ya es completa. Durante todo el día se ve una interminable fila de personas que, bien suben o bien bajan, pero que nadie avanza puesto que, todo cristo pende de la misma cuerda y nadie está dispuesto a abandonar esa línea previamente trazada.

No soy nadie para decidir quién debe y quién no venir a estos lugares, faltaría más. Pero sí puedo decidir, si deseo o no, continuar aquí, formando parte de un espectáculo para el que ya no tengo estómago para digerir…así que nos vamos.
Lo hemos hablado Barraca y quien esto escribe en la imposible intimidad de nuestra tienda del C.I.
Nos vamos del Manaslu.

No escribo estas líneas con la intención de ganarme comentarios de apoyo entre los posibles lectores de estas líneas. Escribo esto, y actuamos de esta manera (Barraca y yo) porque somos libres de hacerlo.
Este sigue siendo uno de los lugares más bellos que jamás haya visto en mi vida pero, nunca me ha valido una cumbre a cualquier precio…¡nunca!
Respeto a todo aquel que se enfrenta a las interminables rampas de nieve que custodian a esta montaña pero nunca me ha gustado la suciedad en la montaña, y ahora, en este otoño del 2018, el Manaslu es una montaña sucia, un vertedero de ambiciones sin medida. ¡Qué pena!

Sé (me consta) que hay gente estupenda que han venido hasta aquí con la esperanza de cumplir su sueño de altura, y es loable. Pero mis sueños de altura siempre viajan de la mano de un sentido ético que me ha formado como alpinista y como persona.
Me voy…nos vamos del Manaslu, tristes con lo aquí visto y vivido, pero sabiendo que es la mejor decisión que podíamos tomar y estamos satisfechos por ello.
Nunca abandonar una montaña nos resultó tan fácil.

Barraca no ha leído todavía estas líneas. Por supuesto, tiene la libertad, si así lo desea, de dejar escrita su versión en este mi humilde Blog.
Temblando estoy.