Ya se ha hecho de noche y está lloviendo. Subimos por la estrecha y empedrada callejuela (típica de los pueblecitos Pirenaicos) hasta dar con el portal. De la puerta, como un sello de incuestionable identidad, cuelga una preciosa edelweiss hecha en forja por las manos del inquilino.

Dos amplias sonrisas nos dan la bienvenida: Gregorio y Pili nos abren su pequeño santuario de montaña. Aquí se respira alpinismo por todos los rincones de la casa. De las paredes cuelgan multitud de fotografías que son historia viva de nuestro alpinismo más genuino. Reconozco alguna de esas fotografías, o mejor dicho, reconozco los momentos a los que pertenecen. Abajo, en el Txoko, un modesto museo me pone piel de gallina: tablas de esquí de madera, cuerdas de escalada de cáñamo, clavijas, piolets y crampones hechos a mano por el propio Gregorio en la fragua, dan testimonio de un alpinismo que ya no se practicará jamás, pero que sigue vivo dentro de mí, puesto que a él le debo gran parte de lo que soy.

Hace ya meses que «El Barraca» y yo decidimos que el Chogolisa sería nuestra siguiente empresa alpinística. largo y tendido hemos hablado de esa singular montaña que atrapa las miradas como si de un gigantesco imán de hielo se tratara.

No son pocas la ocasiones en las que ya he pasado rozando los flancos de esta impresionante montaña, en la cabecera del glaciar del Baltoro, camino de otras montañas. He visto en multitud de ocasiones las luces ámbar, púrpura y oro con las que el Chogolisa se viste en los amaneceres y ocasos del Baltoro, amplificadas y  proyectadas al cielo por el gran trapecio de hielo que conforman sus dos cumbres apenas escaladas.

El Chogolisa va unido inexorablemente (al menos para mí) al nombre de Gregorio Ariz.

Apenas contaba yo con 21 años cuando el bueno de Gregorio hacía historia al alcanzar la cumbre de esta extraña montaña del karakorum, allá por 1986. Y ahora me encuentro en su acogedor rincón de Burgui, hablando de tú a tú con aquel montañero que, sin él saberlo, estaba inoculando dentro de mí la pasión por una montaña que, inevitablemente, tenía que salir a la luz.

Hablamos sin parar de «nuestra» montaña y de la ruta que pretendemos hacer uniendo las dos cimas. Nos enseña fotografías de aquella mítica expedición y de la descomunal ascensión de Mari Ábrego y Josema Casimiro en estilo alpino al K-2. No sé si el destino o una fuerza mayor, hizo que los tres unieran las cimas del K-2 y el Chogolisa el mismo día.

…Y cómo no, hablamos inevitablemente de «La Muñeca del Chogolisa». ¡Cómo no hacerlo!, nos encontramos en el lugar en el que se gestó el libro que nos ha traído hasta aquí.

«Un misterio permanece en la cima», reza el subtítulo del libro de Gregorio. Un misterio que, 30 años más tarde, sigue sin estar resuelto. Quiero ascender esa montaña. Quiero pisar sus dos cumbres y quiero mirar en el promontorio rocoso de su cima NE por si, algo parecido al destino, ha querido que la «Muñeca» siga allí.

Hay cosas para las que, sin saber ni cómo ni por qué, un buen día descubres que estás predestinado. Ésta es mi sensación con el Chogolisa en este momento. Nadie ha vuelto a pisar esa cumbre desde aquel añorado 1986. Hora es de cerrar el círculo mágico que envuelve a esta montaña. Hora es de ponerse en camino hacia una empresa única que, estoy seguro, marcará nuestras vidas como ya lo hizo con la de Gregorio, aquel 1986, aquel año mágico que todavía no ha concluido.

Va por ti Gregorio.