Me he sorprendido a mí mismo acariciando, con la palma de la mano, un pequeño hatillo de flores. La estación está ya avanzada y el regreso al Campo Base nos ha traído la sorpresa de encontrarlas en abundancia, creciendo entre las piedras de este desolado paraje.

Sus tallos son robustos  y seguros, como solo lo pueden ser en estos espacios tan severos, y sus pétalos duros y suaves a la vez. Las Edelweiss también han llegado hasta aquí. Días atrás, las encontramos en abundancia creciendo en los verdes pastos de altura, mientras ascendíamos al C.B.

Un pequeño riachuelo, fruto del deshielo de un cercano nevero, discurre lento, con un agradable sonido amortiguado, como si arrastrara guijarros almohadillados en su curso hacia el valle. El Sol es suave a esta hora de la mañana pero, no tardará en volverse cruel, con una extrema radiación, cuando alcance su cénit.

También el viento ha moderado su intensidad y sopla sin  violencia, meciendo como en cámara lenta las flores que llenan el aire de un aroma sorprendente pero, a ellas no les engaña; se aferran al suelo con sus fuertes tallos pues, saben muy bien cómo se las gasta el Dios Eolo por estas altas tierras. Hace unas cuantas horas, se ha mostrado devastador con nosotros, echándonos sin contemplaciones de la cara Oeste del Nun.

Fiel a su cita, todos los días desde que llegamos aquí, ha soplado viento Sur, trayendo grandes masas de nubes y cerradas nieblas, ocultándonos del mundo exterior. Pero hoy, precisamente hoy, cuando mis crampones apenas conseguían arañar la imponente pala de hielo que asciende hacia la cima, cuando caminábamos como equilibristas por esta interminable rampa de 1000m de desnivel, ha decidido que ya era hora del cambio y ha rolado a viento vertical. El cambio, como suele ser habitual (también las montañas) no ha sido para mejor y ha empezado a descender desde la misma cima en furiosas ráfagas.

Con la cabeza apoyada en la pendiente y los Piolets clavados con fuerza en la dura superficie, soportamos las duras embestidas del viento que baja cargado de miríadas de cristales de hielo, fruto de la nevada del día anterior.

Entre descarga y descarga, miro hacia la cumbre intentando ver un atisbo de luz, un gesto que me anime a seguir ascendiendo. El Nun parece haberse dado de cuenta y me contesta ocultando su cima con espeso manto de negras nubes. «¡Marcharos!, aquí no hay lugar para vosotros…» parece decirnos esta bella y solitaria montaña.

Clavo mi mirada en el oscuro telón en el que se ha resguardado la cumbre y, viene a mi memoria una peculiar escena vivida días atrás, el día que llegamos al Campo Base, con uno de los Porteadores de la aldea de Tongul. Tras dejar su pesadas cargas de más de 25Kg en el suelo, los porteadores se reúnen en pequeños y animados grupos para comer y charlar antes de iniciar el retorno a sus hogares. Observo con curiosidad esta bonita escena y  me intercalo en uno de ellos para oír de cerca esas amontonadas conversaciones en las que nadie parece escuchar a nadie pero, en las que todos se entienden.

Me observan  con curiosidad y complacencia, lanzándose miradas y guiños y riendo ostensiblemente ante mis gestos que denotan una ignorancia total sobre lo que es esas conversaciones se ventila. Uno de estos Porters, quizá el de más edad (esto siempre es aquí una incógnita) se dirige a mí en tono simpático y, poniendo su mano en posición vertical, señala  con un dedo los nudillos de esta mano indicándome que es hasta aquí hasta donde vamos  a llegar, siendo la punta de los dedos la cima de la montaña. Me lo repite una y otra vez riendo y haciendo reír al resto de sus compadres: «no sumit, no sumit…».

La escena no pasaría de ser una anécdota graciosa, un momento lúdico en medio de la dureza en la que realiza su trabajo esta buena gente, si no fuese por la extrema seguridad que vi en los ojos de este porteador cuando me lo decía. Se sonreía, sí, pero, en su mirada no había nada de trivial, de chascarrillo lanzado al aire para hacer reír a sus compañeros, no. Noté que me lo decía convencido de que así iba a ser, es más, de que así deseaba que fuera.

El Nun es una montaña solitaria. Emerge de un inmenso Plateau glaciar como un solitario árbol en medio del desierto. Para los habitantes de este peculiar rincón del Ladakh, es una montaña sagrada y no les hace mucha gracia que nadie venga hasta aquí con la intención de escalarla, lo toleran, sí, pero, no es algo que les agrade.

Los Porteadores han vuelto ascender al C.B. para recoger nuestras cargas y marcharnos todos de aquí. Vuelvo a ver a mi amigo el profeta y le enseño la escena de mi videocámara en la que grabé su predicción. Todos se amontonan en torno mío para verse y reconocerse en esas imágenes de hace un mes y, el bueno de mi amigo se ríe distinto que los demás. Miro fijamente sus ojos y lo que veo en ellos es un gesto de  malicia: «no lo ves, ya te lo dije…» parece decirme con seguridad, «otro año, otro año», acaba diciéndome con su amplia y blanca sonrisa.

La profecía del Porter