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Pasaje del corredor de Herman Buhl.

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Jordi afrontando el último largo del corredor.

Por momentos como estos son por lo que sigo dejando que estas montañas me embauquen con su peculiar canto de sirena.

Ha sido uno de esos instantes (porque solo es un instante lo que vivimos en estas montañas) y ya noto que se ha quedado grabado para siempre en mi memoria.

Herman Buhl fue uno de esos montañeros – aventureros que dejó una impronta especial en estas montañas del Karakorum; y ahora yo, insignificante aprendiz de montañero ante la imponente figura de este alpinista, noto su mirada escrutadora mientras abro el último largo del corredor helado que él ideó hace ya tantos años, camino del C I del Broad Peak.

Es un corredor empinado, encajonado entre enormes paredones de roca. De no ser por la altitud (la salida debe rondar los 5300m) se diría que uno estuviera escalando uno de bonitos corredores de Telera. Pero esto no es Peña Telera. Solo el ambiente que se respira en el sombrío corredor ya sobrecoge.

Mi corazón late con fuerza mientras las puntas de mis crampones soportan mi peso y el de mi generosa mochila. A mis espaldas, el murmullo incesante del río, que se abre paso por el glaciar Godwin Austen. Por la mañana, apenas es un insignificante riachuelo, con su caudal retenido por el frío pero, por la tarde es un auténtico desafío cruzarlo, con su caudal desbordado, abriéndose paso por vertiginosos meandros entre paredes de hielo.

Herman Buhl, como digo, ideó esta variante que ahora nosotros seguimos. Es elegante y directa y, sobre todo, alejada de la tan transitada ruta normal, otro motivo más que interesante para escogerla en nuestro camino hacia el C.I.

Ahora estoy en mi tienda del C.B. revisando en mi memoria los bonitos momentos que el Broad Peak ya me ha concedido. Estos ya se van para casa conmigo.

Ya hemos montado el C.I (5600m) y el C.II (6200m) durmiendo una noche en cada uno de estos impresionantes emplazamientos.

Ya pasé varias noches en estos campos de altura en el año 2003 pero, tal vez sea por la gran cantidad de nieve que viste la montaña este año, el C.II resulta este año sencillamente impactante.

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Jordi y Patxi en el C I a 5.600 m.

El color de las tiendas de campaña, alineadas en el mismo borde de la cornisa de nieve asomando sobre el vacío, le da un aspecto funambulista a este campamento.

Abro la puerta de la tienda, a menos de 2 metros del abismo, y me topo con la enorme silueta del K2, ya con las luces vespertinas iluminando la elegante vía de la “Magic Line”. Abro la puerta contraria y el gran trapecio de hielo del Chogolisa, ilumina todo el Baltoro.

Adónde mirar cuando todo delante de ti: volúmenes, alturas, distancias, luces…resulta tan desproporcionado.

Anna y Patxi a 6.500 m bajo la cumbre del Broad Peak.

A las 6 de la mañana, con un frío que ya empieza a preocupar, Oscar, Anna y yo salimos del C.II con la intención de conseguir un pico de altitud que nos ayude en la, tan necesaria, aclimatación.

A unos 6500 metros el frío vence a nuestro equipamiento (todavía no nos lo hemos tomado muy en serio) y regresamos directamente al C.B.

Carles y Jordi, que han bajado antes al Campo Base, nos reciben con una agradabilísima sorpresa: la cerveza ya ha pasado los 5 días de reglamentaria fermentación y ya está lista para su degustación.

Mientras bebo un buen vaso, íntimamente, lanzo un “viva San Fermín” y pienso: no todos los años celebra uno su cumpleaños en al C. I del Broad Peak.